Elecciones

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Por: Benjamín Santos
Si las cuentas no me fallan el próximo sábado se inician los 90 días que la ley determina para la campaña o propaganda electoral bajo el entendido de que son días calendario y no días hábiles. Es el tiempo destinado a que los candidatos de los partidos y alianzas se den a conocer y propongan los problemas nacionales y locales que consideran prioritarios, así como el Plan de Gobierno Nacional o Municipal para su solución. Lamentablemente se insiste mucho en las bondades de los candidatos y no en la pertinencia de las soluciones a los problemas que pretenden solucionar desde el poder. Así ha sido siempre y ojalá (oh alá, como diría un musulmán) que esta vez las cosas sean diferentes.

Incluso entre los electores el período electoral pasa como un concurso de canciones y de discursos sin que se les exija a los candidatos que definan hacia dónde nos quieren llevar y por qué caminos. Pocos valoran la importancia de esos 90 días para que al final estemos claros por quién vamos a votar, por qué y para qué. Dios quiera que no nos vayan a meter en un pleito donde los candidatos se señalen sus defectos y que lleguemos al 26 de noviembre más confundidos que antes de la campaña. Quienes votan por su partido y no por cada candidato ya tienen la solución: el voto en cascada o con una sola raya. El problema se presenta para quienes necesitan seleccionar individualmente a cada candidato según sus méritos reales o los que se le atribuyen.

En otros tiempos me gustaba comparar la campaña con el noviazgo, pero una alumna me aclaró que eso del noviazgo es algo pasado de moda. Que ahora las cosas ocurren de otra manera. El noviazgo servía para que los futuros contrayentes se conocieran para que al darse mutuamente el sí quiero, fuera un acto libre y sobre todo consciente. Ese era el propósito, pero al final resultaba todo lo contrario, porque cada miembro de la pareja se esforzaba en mostrar el oro y esconder el cobre de su personalidad. Después del matrimonio empezaban las sorpresas que en el mejor de los casos se asumían como cosas del destino y otras veces causaban las conocidas crisis que conducían al divorcio. Las frases eran más o menos las mismas: esa no es la mujer o el hombre con quien yo me casé, todo por no haber visto a tiempo la otra cara de la moneda.

Así pasa en la política. Se trata de conquistar la voluntad del pueblo. Con ese propósito se echa mano de todo: desde la coquetería hasta los planteamientos serios. Todo para que el 26 de noviembre se dé el esperado sí quiero. Afortunadamente el pueblo está mejor informado y se ha vuelto más crítico. Y de eso se trata. Que elijamos a los mejores. A quienes tengan mejor conocimiento de la realidad que nos asfixia, a quienes exhiban una trayectoria limpia, a quienes no se les haya vinculado a actos ilícitos ni directa ni indirectamente, a quienes no utilicen el chisme para difamar al adversario o a otra persona so capa de que no se les podrá acusar de difamación…

Sabemos que no es fácil. Es imposible conocer la vida de tanto candidato, aunque en los municipios es factible, porque se conocen mejor. De diputados hacia arriba es más difícil, peor ahora que entraron en contienda nueve planillas por departamento, incluidas las de la Alianza que no es la del general, porque esa Alianza solo de nombre. Ya sabemos que solo hay tres alternativas reales para ganar las elecciones: El PN con el Presidente que va a la reelección, la Alianza de LIBRE y PINU conducida por el candidato Nasralla y el Partido Liberal con don Luis Zelaya a la cabeza. Por supuesto que todos los demás dicen y deben decir que van a ganar, pero ya conocemos sus escasas posibilidades en el nivel presidencial.

¿Qué nos queda a los simples electores? Tomar conciencia de la importancia de nuestro voto en el proceso de conformar la voluntad del pueblo. Vamos a tener de nuevo un gobierno de minoría, porque ninguna de las tres alternativas podrá obtener la mitad más uno de los votos. Lamentablemente todavía no tenemos la segunda vuelta que permitiría a los dos más votados competir por la mayoría. Si la democracia es el sistema de las mayorías y la nuestra es de minorías es fácil obtener la conclusión.

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