Lluvia, amor y soledad

Lluvia, amor y soledad

Por: Segisfredo Infante
La soledad es uno de los capítulos más recurrentes en la historia de la poesía y de las nociones poemáticas. Sobre todo en la poesía romántica del siglo diecinueve y parte del veinte. Pero luego reaparece el tema de la soledad en el modernismo. Incluso en las vanguardias, posvanguardias y en la poesía posmoderna de los tiempos actuales. Creo que la soledad es una condición humana categorial del verdadero poeta y pensador de todos los tiempos. Desde los primeros patriarcas que conversaban sanamente con Dios, o con la noción del “Eterno” en los sitios más desolados de Mesopotamia y Canaán; pasando por los grandes y pequeños profetas del desierto; los sabios autores de las obras sapienciales y hermenéuticas; los poetas, filósofos, matemáticos y dramaturgos trágicos de la Antigua Grecia; y los místicos de cualquier época y de cualquier parte del mundo. Siempre, a ellos y ellas, les ha perseguido la soledad real, frente a la vulgaridad inmediata del mundo.

Sin embargo, presumo que se deben deslindar los campos semánticos y las realidades, y al mismo tiempo tener mucho cuidado cuando se trata de detectar una pose fingida del escritor de versos cuyo propósito principal es ganar fama; serrucharles el piso a otros poetas y autores; atrapar “amigos”; ganar adeptos ideológicos; derrochar retóricas repetitivas; componer antologías al uso; o atraer posibles novias desprevenidas. Debiera existir la obligación moral de vislumbrar, por otra parte, cuando en verdad el poeta “equis” padece de este sutilísimo problema fenomenológico; o psicológico; o cuando lo asume conscientemente, dado que las tareas intelectuales suelen ser desérticas y logran, en consecuencia, provocar distanciamientos voluntarios e involuntarios entre el poeta, el pensador, el científico y el resto de la comunidad que le rodea. Porque a veces ni siquiera la familia o los amigos más cercanos intuyen la soledad en que se encuentra subsumido el pensador o el poeta de verdad, a pesar de las reuniones sociales, los cocteles, los compromisos, las francachelas innecesarias e incluso las orgías asociadas a los autores “malditos”, en tanto que algunos poetas, de ambos sexos, caen atrapados como por empuje inercial en el abismo meloso de los ambientes deleznables y transitorios, que en nada, o en poco, contribuyen a los quehaceres del verdadero intelectual.

Para decir verdad hay poetas que se distancian de los demás por pura pedantería con escaso basamento intelectual. Hay otros que lo hacen por timidez. Y hablan en sus versos de la “soledad” sin ton ni son. Pero hay poetas genuinos que padecen de una especie de desgarramiento espiritual interior silencioso (de aquel desgarramiento que hablaba Guillermo Hegel), frente al cual se requiere de mucho coraje para sobrevivir. De lo contrario existe el dilema del suicidio, que se mueve como un péndulo filoso sobre la cabeza de cada escritor auténtico. A estas conexiones interiores se suman las condiciones geográficas, económicas y a veces ideopolíticas, en que algunos regímenes se dan el lujo de marginar, ignorar e incluso acorralar a sus mejores poetas, tal como sucedió a lo largo y ancho del siglo veinte. Y habría que ponderar el siglo veintiuno.

Al hablar de condiciones geográficas es preciso añadir los estados del tiempo. Por ejemplo cuando llueve pertinazmente, el poeta auténtico suele refugiarse en la soledad, y su único consuelo es el silencio. También, si las circunstancias lo facilitan, el poeta se refugia en el amor, aunque sea en el llamado “amor platónico”, dado que el poeta entrado en años es difícil que reciba las bondades espontáneas de una persona amada. O idealizada entre los sueños y la bruma. El pragmatismo excesivo de cada día, la mala música, la enajenación consumista, el deseo de fama, el egoísmo, la envidia, las facturas pendientes de pago (con cantidades aumentadas), y la superficialidad, se encuentran como al acecho intangible para tenderle celadas mortales al poeta o al pensador solitario contemporáneo, o posmoderno, que a veces sólo desea saborear el sonido de la lluvia melancólica, para enriquecer más tarde sus reflexiones literarias y filosóficas. Inclusive sus reflexiones históricas, económicas y políticas. En el tema de la lluvia y la soledad entran los conceptos del amor y del desamor. El verdadero poeta, en el atardecer de su existencia, se encuentra convencido que el desamor, la incomprensión y la ausencia de ternura, son los principales “regalos” que habrá de recibir en el foso de su profunda soledad. Como contrapartida del fenómeno le queda la posibilidad de sobrevivir con la generosidad de los buenos amigos; con una serie de libros pendientes de lectura. O con un solo libro que pudiera convertirse en el compendio de sus necesidades espirituales frente a la cruda realidad y frente a Dios.

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