La ética del elegido

La ética del elegido

Por Julio Raudales

Se avecina ya la campaña política y nuevamente los hondureños debemos confrontar la decisión sobre a quién elegir entre una cada vez más amplia, aunque no necesariamente variada y creíble oferta política.

Mayra Falk, querida amiga y notable economista, me inspiró a escribir algunas ideas sobre los elementos que deberían permear la conducta de nuestras autoridades para que, quizás por ósmosis, cambie en el mediano plazo la inveterada costumbre que tenemos los hondureños, de esperar todo de los otros sin estar dispuestos a dar algo a cambio.

Solo a través del conocimiento profundo mediante una adecuada educación, y el estudio de la ética de manera constante y paciente es como se llega a combatir la codicia, la avaricia y el anhelo de poder, deseos que han seducido al ser humano, en cualquier lugar a lo largo de la historia. Solo cuando se alcanza el equilibrio y dominio de sí mismo, se está en capacidad de gobernar. Quien participa en la vida de la comunidad debe actuar necesariamente en favor de esta. Las actividades del político conforme a los valores de servicio público determinan la felicidad del Estado.

La teoría política señala tres cualidades que deben poseer los que han de desempeñar las supremas magistraturas: la primera es la lealtad a la Constitución establecida; la segunda, capacidad para el cargo, la tercera, poseer virtud y justicia. La lealtad se refiere a estar comprometido con el Estado al que se pertenece. La capacidad consiste de poseer los elementos idóneos para el cargo y gobernar dando resolución a las demandas ciudadanas. El tercer elemento, se refiere a las virtudes éticas para saber gobernar. De las tres, tal vez la tercera es la más difícil de alcanzar. Cuando un gobernante se prepara con ética y sabiduría, logrando ecuanimidad y prudencia, alcanza lo que los antiguos romanos denominaban “el principio recto” y por medio de este sabrá discernir lo que es conveniente o nocivo en la acción de gobierno.

Algunos ejemplos que ilustran la importancia de la ética en la formación de los gobernantes en distintas culturas y momentos históricos, son los siguientes:

En Roma, los individuos que aspiraban a ocupar cargos públicos se preocupaban por emprender acciones nobles que les dieran reputación, prestigio u honor a fin de gozar de la credibilidad y confianza de la gente con la que vivían. En el momento de promoverse para un cargo de elección, se vestían de blanco, pues este color simbolizaba pureza, palabra que a la vez se traduce en “candidez”, por lo que aquel que aspiraba a un cargo público debía ser el más puro, el más limpio; en fin, el más cándido. Esta denominación dio origen al término “candidato” en política.

La elección de los gobernantes en la cultura azteca, congregaba un número de hombres sabios, ancianos, notables, quienes debido a su edad poseían la prudencia y experiencia necesaria para saber elegir al candidato idóneo que supiera guiar a su pueblo. El elegido debería ser virtuoso, respetado, tener nobleza, no amar en exceso la vida, no debería dejarse adular, corromper ni sobornar, debería ser restaurador e impulsor de las tradiciones de su pueblo, con pleno uso de sus facultades, prudente, valiente, de buena y recta educación, de buen hablar, de buen oír, que supiera estimar a la gente y que poseyera sensibilidad. De esta manera, quien resultaba elegido era una persona de cualidades muy grandes por lo que era querido, admirado y respetado por su pueblo.

Estos ejemplos muestran que en las culturas antiguas, aún en épocas y lugares diferentes no había ninguna duda respecto a la importancia y vinculación de la ética y la política. Tenían claro que quien ejerciera la política debía contar forzosamente con una formación acompañada de valores para poder tener un gran sentido de justicia.

Platón escribió que los filósofos deberían reinar en los estados, pero al ser consciente de que eso no podría ser, porque aquellos que aman el conocimiento se entregan a él de forma completa sin anhelar el poder, exhortaba a los gobernantes a buscar la sabiduría de forma profunda y verdadera. Advertía que de no coincidir ambos elementos, el poder político y la búsqueda de la sabiduría en una misma persona, no habría fin para los males del Estado, ni tampoco para el género humano.

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