Salario mínimo y pobreza
Salario mínimo y pobreza
Por: Julio Raudales
Muchas discusiones han acaparado la atención de los medios de comunicación durante las últimas dos semanas, debido a la negociación y aprobación de una nueva escala del salario mínimo para los distintos sectores en el mercado laboral. Esta vez, las discusiones incorporaron al gobierno como mediador entre representantes de los sectores obrero y empresarial.
Creo que una pregunta adecuada para la reflexión es, ¿cuánto impacto puede tener un acuerdo para elevar el salario mínimo, fijar el tipo de cambio o imponer la tasa de interés que cobren los bancos, en el bienestar de la ciudadanía?
La experiencia demuestra que el crecimiento económico, acompañado de una política fiscal inteligente, permite elevar a niveles dignos el ingreso de la población más pobre. Para ello la inversión en proyectos rentables juega un papel preponderante.
En Honduras, la mayoría de familias genera ingresos muy bajos a consecuencia de su limitado capital humano (conocimiento y habilidades). Pero aumentar el salario mínimo de forma arbitraria por encima de lo que indican las naturales leyes del mercado, es decir, más allá del valor de la capacidad productiva de los trabajadores y trabajadoras no es una solución sabia.
Esto no implica que por ello los trabajadores estén condenados a vivir en pobreza hasta que el crecimiento económico conduzca a elevar sus salarios reales, pues justamente para eso es que se supone que el gobierno ha diseñado y financiado los programas sociales, que deben estar adecuadamente focalizados para mejorar las condiciones de vida de las familias más pobres.
En un país que facilita la inversión y tiene una política fiscal focalizada, el bienestar de la población mejora a medida que adquiere más capacidades; esto hace que las empresas sean más productivas y tengan la posibilidad de pagar mejor a sus empleados, lo cual permite que cada persona logre por sí misma brindar a su familia un nivel de vida adecuado. Cuando esto suceda, quien siga siendo pobre, lo será principalmente por su propia decisión más que por las carencias que haya heredado.
Habrá excepciones, pero ellas confirmarán la regla de que nadie será pobre como resultado de las condiciones iniciales en que se encontró su familia o de la falta de oportunidades para alcanzar un buen nivel de vida con su propio esfuerzo. Esta envidiable situación era realidad en Argentina a mitad del siglo pasado y es la que hoy impera en países como Australia y Canadá.
Sin duda que Honduras podría aspirar a eliminar la pobreza en el mediano plazo si sus autoridades perseveraran en mantener una economía libre y abierta, con reglas claras para los inversionistas, donde la iniciativa privada, -¡no la actividad cortesana!- y una eficiente y solidaria acción del Estado, sean los factores determinantes del éxito individual y colectivo. La atención a los pobres es un deber de todos, pero es imprescindible dar a los sectores vulnerables las facilidades del caso y no ponerles zancadillas; en especial a los más débiles y con menos capital humano.
Un salario mínimo irreal es en verdad una trampa en el camino hacia la eliminación de la pobreza. Aparte de disminuir sustancialmente el producto potencial, un salario mínimo impuesto de forma artificial, violenta uno de los derechos fundamentales de los seres humanos, que es tener un empleo que legítimamente puedan considerar suyo. Además los afectados sufrirán la indignidad de constatar el triste hecho de que nadie quiere aceptar sus servicios, provocando la desesperación y una degradación en su autoestima.
Claro que incrementar caprichosamente el salario mínimo, beneficiará en el corto plazo a más personas que a las que perjudicará, pues serán pocos los despedidos a consecuencia de ello y muchos los que obtendrán un aumento. ¡De ahí que todo parece estar en contra de los más pobres, los más débiles y los menos calificados, como los jóvenes y los viejos!
Al final, la negociación parece haber dejado a todos inconformes como era de esperar. Un incremento del 3% luce inadecuado cuando se compara con las necesidades que enfrentan las familias de los trabajadores más pobres.
Si asumimos el salario mínimo como el precio de referencia para pagar la productividad de una persona que no tiene ninguna formación o experiencia en el mercado laboral, debemos entender entonces que solo mejorando la educación y la salud de las personas podemos asegurar un ingreso digno para las familias en el mediano plazo. Esa y no otra debe ser la tarea fundamental de un estado responsable.
Sociólogo, vicerrector de la UNAH, exministro de Planificación y Cooperación Externa, Presidente del Colegio Hondureño de Económistas.
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