Circe

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Por: Julio Raudales
No podía ser de otra manera: el año cerró y dio paso al 2017 con los chascarrillos y bufonadas propias de todo período electorero. ¡Y este año elevado a potencia!, ya que tendremos que calarnos primarias y generales a borbotones y en pocos meses.

Y la primera escena de la comedia: un expresidente en motocicleta intentando con poco éxito poner gasolina en el tanque, blandiendo con inusitada premura el peregrino argumento de las posibles ventajas que el subsidio a los combustibles puede tener para la población más pobre.

He trabajado de forma directa y por tanto conozco bien a los últimos 4 presidentes del país. Nunca he dudado de sus buenas intenciones y la habilidad intuitiva de todos ellos. Pienso que de verdad han querido eliminar la pobreza, mejorar la imagen de Honduras, proveernos seguridad y bienestar, pese a que a mi juicio no han aquilatado adecuadamente el costo que conlleva el logro de tales objetivos y sobre todo, en su mayoría han sucumbido a las presiones que sobre ellos ha ejercido el peso de los grupos de interés que generalmente financian sus campañas.

Digo lo anterior, porque no dudo de la honesta intención del “político de la motocicleta” al anunciar que en el gobierno de la hoy oposición habrá subsidios a los combustibles, de modo que “los pobres” no se vean afectados.

Creo que el problema grande de aseveraciones como la proferida por el hoy precandidato a caballero consorte, consiste en la falta de un asidero formal sobre quienes serán los beneficiados de una medida de tal naturaleza. ¿De verdad ganarán los pobres?, ¿quién pagará dicho subsidio?, ¿cuál podría ser el costo social de una decisión de este tipo? Son preguntas legítimas y vale la pena examinarlas a la luz del raciocinio metódico.

Digamos por ejemplo, que en Honduras se consumen aproximadamente unos 25 millones de barriles de combustibles por año. De este total, un 35% es bunker para generación eléctrica mientras el restante 65% son básicamente gasolinas y diesel en partes iguales.

Por otro lado, debemos recordar que en nuestro país, un fuerte componente de la población (casi la mitad y casi todos pobres), vive en la zona rural, por lo cual utilizan muy poco el transporte motriz. Del otro 50%, menos de la décima parte posee un vehículo propio y el resto de las personas viviendo en ciudades, pagan desde hace tiempo, altos costos de movilización al transporte urbano e interurbano.

Valdría la pena preguntarse ¿quién ha ganado con los subsidios cuando se han dado, en un país en donde 64% de los hogares viven en pobreza y por tanto no tienen vehículo y en su mayoría ni siquiera utilizan el transporte colectivo de forma sistémica?

¿No será que un subsidio de este tipo más bien es regresivo y beneficia a quienes poseemos vehículo, con el consabido costo social que implica la utilización de recursos públicos que podrían ser destinados al financiamiento de programas de educación, salud, infraestructura y fomento a la producción, tan necesarios para mejorar las condiciones futuras de los más postergados?

La ciencia económica demuestra sin ambages, que una política social basada en el uso de subsidios discriminatorios termina revirtiéndose a la población que pretende beneficiar. El principal argumento consiste en que la distorsión de los precios de mercado inhibe a los consumidores y productores de determinar con exactitud sus preferencias, con lo cual se distorsiona el uso de los recursos totales de la sociedad.

Pero a ello debemos agregar el ineficiente uso de los recursos públicos, la creciente dependencia que se va generando debido a que las dádivas desincentivan el trabajo y, en el caso de los combustibles, sumemos las consecuencias en la balanza de pagos, ya que se trata de bienes importados con dólares que nos cuesta mucho traer.

Así que señores políticos, antes de ofrecer bolsitas, techos o bonos; antes de prometer que regalarán gasolina y diesel, deberían de pedir a sus equipos asesores, que les aconsejen bien sobre las consecuencias que este tipo de medidas pueden tener sobre los pobres. Consideren además el valor de la verdad y la razón.

Sobre todo, dejen ya de subestimar a una ciudadanía que pronto demostrará que es más inteligente de lo que se figuran.

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