LA FAMA DEL GALLO REO



LA FAMA DEL GALLO REO

LO que son estos pueblos con sabor a aldea. Ese cuento del gallo es lo que más ha captado la atención del amable auditorio. Más que cualquiera otra noticia de incidentes nacionales o internacionales. Las notas periodísticas en La Tribuna desde que la Policía capturó al animalito por un lío entre vecinos, son más vistas que los actos de instalación de la cuarta y última legislatura –exceptuando el folclórico zafarrancho de ministros y diputados– o el escalamiento de las tensiones entre México y los Estados Unidos. De todas las fotos de portada la del gallo es la que más captura la fascinación.

Puede aumentar el precio de los combustibles cada semana, las tarifas de la energía eléctrica, o mostrarse los lujos con que vivían los jeques de los carteles, las muertes violentas de todos los días, pero nada es objeto de tanta atracción como el caso del “gallo preso”.

No debería extrañar. En mucho el obsesivo interés de saber cada detalle inocuo de este pintoresco relato es un reflejo de la sociología que rige a la sociedad en su vida cotidiana. La hipnótica dependencia –de la nueva generación que ya contagió a los viejos– de los aparatos digitales, para transmitir y recibir, puras trivialidades. Los políticos no abordan ninguno de los tremendos problemas que agobian al país, más que temas insustanciales para divertir un circo de espectadores. Pero sobre esas insípidas opiniones e impertinentes ataques, versa el debate nacional. La primera vez que se supo del gallo fue a través de escuetos informes de la Policía reportando que “uno de los pobladores le dio una golpiza a la indefensa ave, debido a que se metía a su corral a cuentear las gallinas y luego se subía a los árboles de su casa”. “Aparentemente, el dueño del animal comenzó a discutir con su vecino mientras golpeaba al entrometido advirtiéndole que “¡si me golpea al gallo, lo mato!”. La salomónica decisión de la autoridad para evitar derramamiento de sangre fue bajar al gallo y ponerlo tras las rejas. Incomunicado permaneció encerrado en una bartolina. A partir de allí no hubo quien no quisiese saber vida y milagros del “gallo reo”. Como la labor periodística es indagar, se supo que los policías atendían bien al animalito, dándole su maíz picado cada tiempo de comida; pero no podían ponerlo en libertad hasta que el dueño pagara una multa. Tal parece que de Tegucigalpa instruyeron tanto a los policías como a los encargados de ventilar el juicio que dejaran de dar información a la prensa. Ante el silencio, se intuyó, entonces, que el caso del gallo sería manejado en “secretividad”.

La información –como suele suceder con toda noticia objeto de distintas versiones e interpretaciones por parte de la prensa nacional– fue contradictoria. Unos decían que el gallo había sido puesto en libertad pero otros reportaban que “al salir de la cárcel el polémico gallo se enfrentó con otro rival, que aprovechándose de su ausencia, se había apoderado de sus gallinas”. Ahora, aparte de las fotos, se mostraron videos. Al finalizar la pelea, el famoso gallo quedó gravemente herido, por lo cual su dueño determinó hacerlo en sopa para evitar más problemas. No exactamente. De pronto aparecen fotos del gallo vendado, vivito y cantando. El juez de Paz lo soltó bajo palabra de su propietario de mantenerlo en una jaula para siempre. La fama del gallo alcanzó tal notoriedad que los galleros ofrecen dinero para llevarlo al palenque mientras los turistas indagan donde estuvo preso para tomarse “selfies”. Ah, y el juez no permitió que los policías cobraran la multa respetando la letra de lo que ordena la Ley de Convivencia Social. Para que juzguen ustedes. Y no solo eso. También un editorial del célebre gallo.

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