¿Cómo piensa el hondureño?
¿Cómo piensa el hondureño?
Por: Segisfredo Infante
En mis tiempos de adolescencia y post-adolescencia solía caminar, en la noche, por la zona del mercado “San Isidro”; por la séptima avenida de Comayagüela; y por los alrededores del Cementerio General, cerca de la colonia Soto, que décadas más tarde fue desaparecida, o deslavada, por la tormenta tropical “Mitch”. Claro está que era muy extraño observar algún acto de violencia aislado, fuera de algún par de borrachos que, peleándose alguna mujer de la “vida alegre”, estuvieran en condiciones de lanzarse puñaladas al vacío; o algunas botellas quebradas de cerveza, para lastimarse mínimamente. El raterismo o los asaltos diurnos y nocturnos eran muy escasos. Y en el centro histórico de Tegucigalpa funcionaban un par de restaurantes las veinticuatro horas del día, en cuyas noctambuleadas nos encontrábamos, como a la una y media de la mañana, con el pintor Luis H. Padilla (“Padillita”), los poetas Fausto Maradiaga (QEPD) y Alexis Ramírez, para tomar un buen café y conversar un largo rato, sin correr los riesgos de ninguna especie. A veces me encontraba también con el tipógrafo y prensista Santos Paulino Escalante (QEPD). Y con el escritor de origen uruguayo Oscar Falchetti (QEPD).
Por aquellos mismos años, o quizás desde antes, realicé una serie de viajes de trabajo a las zonas rurales de casi toda Honduras; exceptuando la zona de La Mosquitia y las paradisíacas Islas de la Bahía. Décadas más tarde, es decir en fechas más o menos recientes, montamos una serie de brigadas médicas multidisciplinarias en algunos de los pueblos más pobres de Honduras, como San Marcos de la Sierra, financiadas de nuestros propios bolsillos. Todo lo anterior me permitió observar y escuchar de cerca las fragmentarias cosmovisiones del hondureño promedio y de algunos de sus “pensamientos” más íntimos. Igual que de sus necesidades perentorias, y de largo plazo. Coyunturales y estructurales. Eran como “Diálogos a una pulgada del suelo”, como diría el escritor James W. Heisig, que casi nada tenían que ver con los escritos de un plagiador reciente que ha andado por aquí, y por ahí, difamando a Honduras.
Pero siempre estuvo pendiente el tema de la identidad y de la idiosincrasia del hondureño en general y del hondureño promedio en particular, cuando menos en su parte teorética esencial. Con mi ya fallecido profesor Mario Felipe Martínez Castillo, a mediados de los años ochentas del siglo próximo pasado, tuve la oportunidad de conocer los documentos coloniales sobrevivientes del Archivo Eclesiástico de Choluteca, cuyos folios fueron facilitados por el padre Jesús Arzugaray (QEPD). Así pronunciaba aquel amigo cura párroco, de origen cubano, su propio apellido. En aquel momento me detuve a reflexionar, por primera vez a fondo, sobre el tema del mestizaje y del ser mestizo del hondureño. Publiqué un primer ensayo sobre temas culturales y acerca del mestizaje específico de Choluteca, con una serie de digresiones innecesarias (o demasiado vagas) que ya he mencionado y autocriticado en otros artículos. Pero de aquel texto se salvó el problema del ser mestizo del hondureño, en tanto fenómeno histórico-cultural que nunca termina de ser asumido por los mismos catrachos, que hoy padecen de ausencia de sentido de pertenencia nacional y de otros complejos (como el de la envidia y el de la inferioridad), que conducen a que los hondureños nos hagamos daño unos a otros, especialmente aquellos que han interiorizado en sus almas los viejos y los nuevos rencores ideológicos y “políticos”, aparentemente insuperables.
Una cosa observada, en el interior del país, es la distancia que los habitantes establecen respecto de los aconteceres de Tegucigalpa y de San Pedro Sula; sobre todo de la capital. Nada quieren saber, muchas veces, de los pleitos políticos e ideológicos de los centros urbanos. Mucho menos de las payasadas que algunos exhibicionistas expresan cada vez que pretenden hablar con los demás y engatusar a la juventud. Exceptuando a algunos profesores que se encuentran ideologizados hasta la médula del hueso, que algún día van a fallecer con todos sus complejos de inferioridad, típicos del hondureño promedio. Porque en este punto conviene destacar que hay varios hondureños por encima y por debajo del “promedio” que estamos aludiendo. Sin embargo, la gran mayoría de hondureños somos mestizos, al margen de los niveles económicos o sociales en que estemos inmersos.
Al hondureño promedio le interesan, en este momento, cinco problemas casi estructurales: Primero: El problema del empleo y del desempleo generalizados; incluyendo en este capítulo las cosechas de granos básicos y de la leche en las zonas rurales. Segundo: El fenómeno de la violencia, cuyos asesinatos llegan a veces a los extremos de una pesadilla. Tercero: El asunto de las deportaciones de los migrantes que son los que sostienen la economía y las reservas internacionales de Honduras. Cuarto: La sobrevivencia de los micronegocios, o microempresas, en los cinturones suburbanos y rurales. Y quinto: El encarecimientos de las matrículas, las mensualidades y los útiles escolares. A partir de estos cinco problemas desarrollaremos algunas propuestas puntuales.
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