Los sacerdotes de Delfos



Los sacerdotes de Delfos

Por: Julio Raudales
Zeus soltó dos águilas desde los dos extremos de la tierra y estas, volando a la misma velocidad, se cruzaron en Delfos, señalando así el centro de la tierra.

Allí el padre de los dioses, situó una piedra llamada onfalos (ombligo) y consagró un templo en honor a su esposa Gea. Su hijo Apolo luchó en aquel lugar contra una monstruosa serpiente pitón. Tras derrotarla, construyó allí su oráculo. Peregrinos de toda Europa acudían al Oráculo de Delfos para que les leyera el futuro.

Apolo les hablaba a través de una vidente llamada Pitonisa (en honor a la derrotada serpiente pitón).

Tras recoger las preguntas de los visitantes, Pitonisa se inclinaba sobre una grieta de la que manaba agua sagrada y, tras inhalar los vapores divinos, entraba en una especie de trance y emitía unos sonidos incoherentes que los sacerdotes interpretaban para el cliente una vez pagada la tarifa.

El éxito del Oráculo de Delfos se debía en gran medida a que normalmente sus predicciones eran lo suficientemente vagas, de forma que rara vez se incumplían. Sin embargo, su incapacidad de anticipar seriamente quedó demostrada cuando un maremoto destruyó el templo y ningún sacerdote lo anticipó.

Me refiero a esto porque casi a diario recibo muchas invitaciones (televisoras, radios, periódicos, almuerzos empresariales, revistas, e-mails de lectores, etc), instándome a hacer pronósticos sobre el crecimiento del PIB, inflación, tipos de interés, precio de los combustibles y otras cosas. Y es que para muchas personas, los economistas somos profetas. Nada más lejos de la realidad.

Es cierto que para tomar algunas decisiones -por ejemplo para hacer un presupuesto- se tienen que hacer previsiones de ingresos y gastos futuros y que estas van a depender de las circunstancias económicas que rodean a la empresa, el gobierno o la familia. También es cierto que los expertos se han inventado diversos métodos estadísticos (econometría), para hacer sus predicciones.

El problema es que estos cada vez más sofisticados instrumentos solo funcionan cuando las cosas no cambian demasiado. La razón es que todos los modelos econométricos utilizan los datos del pasado para vaticinar el futuro.

Como ya he dicho en otras ocasiones, eso es como conducir un vehículo mirando únicamente por el retrovisor: si la carretera es recta y no giras no pasa nada y todo el mundo piensa que eres bueno. Ahora bien, a la primera curva te vas directo a la cuneta y todos pensarán que eres un incompetente.

Así que por más que me pregunten qué le sucederá a Honduras si Donald Trump gana las elecciones en USA, el comportamiento del precio del café en Wall Street el próximo año o las ventajas de la elección de Antonio Guterres como nuevo Secretario General de la ONU, les aseguro que mis respuestas serán tan generales como las de la pitonisa de Delfos.

Mi trabajo como economista no es adivinar el futuro, sino el de diagnosticar problemas económicos y encontrar e implementar soluciones. Nuestros modelos teóricos son sumamente útiles para entender causas y efectos, más no para adivinar.

Lo que sí sé seguro, es que las predicciones que mis colegas hacen sobre los temas trascendentes o bien son de una vaguedad que los hace inútiles o bien deben ser tomados con extrema precaución. La misma precaución que tendríamos si, en lugar de venir de complicados modelos econométricos, provinieran de una bola de cristal, del templo mágico de un druida celta o de los vapores mágicos del Oráculo de Delfos.

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