EL ÚLTIMO DEBATE

EL ÚLTIMO DEBATE
MÁS de lo que ya dijeron los supuestos expertos políticos y comentaristas mediáticos muy poco podría agregarse sobre el último de los tres debates presidenciales entre los candidatos que compiten en las elecciones norteamericanas. En otras ocasiones el desenlace de los debates no necesariamente ha influido en el resultado de las elecciones. Sin embargo parece ser que ahora las circunstancias son distintas. Con cada episodio la candidata del Partido Demócrata ha ido ampliando su diferencia. Dado que el actual presidente está por concluir su segundo período de gestión, después de 8 años de administración pública, era de asumir que el péndulo se inclinaría ofreciendo una ventaja al partido de oposición. Es más fácil criticar y exprimir el malestar de los electores en tiempos de dificultad que convencerlos sobre la necesidad de continuar en la misma ruta. A menos que el país experimentara una bonanza evidente y un liderazgo incuestionable relativo a distintos factores que influyen en el estado anímico de los votantes.

Pero en un ambiente confuso, incierto sobre el curso a seguir, sobre todo cuando una buena parte de la población –como sucede en tantos países del mundo– evidencia un sentimiento de rechazo al estatus establecido como fatiga de la política en su forma tradicional, el fenómeno de los “outsiders” –los que fustigan el sistema– de repente se vuelve una opción si no un atractivo interesante. El actual candidato republicano ganó las primarias de su partido contra todo pronóstico, enfrentando avezadas figuras de la política vernácula y desafiando los patrones convencionales. Exteriorizó –en el tema migratorio, el internacional, la seguridad y el económico– crudos sentimientos, entrañados en amplios segmentos de la población que, hasta ahora, eran considerados tabú. Ha llegado a decir lo inconcebible –cosas impensables con las que cualquiera hubiera perdido apoyo– sin que ello merme su caudal electoral. Presumió en cierta ocasión diciendo que “podría pegarle un tiro a alguien en plena vía pública” sin que ello incidiera en su popularidad. Sin embargo lo que pareció no afectarlo y ser su mayor atributo en las elecciones internas se ha convertido en una limitante en las generales. Más que una discusión sobre los temas de campaña, la contienda ha mutado en una escogencia de carácter y personalidad; sobre quien sea o no apto para asumir el cargo más poderoso del mundo.

Para el republicano era la última oportunidad –con un auditorio de millones de espectadores– de remontar la diferencia que su oponente demócrata le lleva en las encuestas de opinión pública. Aseguran que en preparación para estas confrontaciones, Hillary ha sido más disciplinada; ha estudiado la forma de asimilar los ataques, de lucir calmada mientras tienta el carácter de su oponente hasta que consigue sacarlo de sus casillas, sistemáticamente acometiendo para explotar las partes vulnerables de su temperamento. Para este tercer encuentro se supo que Trump dedicó suficiente tiempo ensayando su estrategia y empapándose de los temas que le permitirían presentar un caso demoledor de la “necesidad de un cambio de políticas contrario a una continuación de la presente administración”. Durante los minutos iniciales de la contienda, quizás, las cosas iban parejas, hasta que el moderador le preguntó si “respetaría el resultado electoral”. Su negativa a hacerlo, más bien insistiendo que “lo mantendría en suspenso”, ha dejado boquiabierta al inmenso auditorio quecree que “el reconocimiento del resultado por parte del perdedor, la garantía del traspaso pacífico del poder, es la esencia de la buena marcha del sistema democrático”. En política nada está dicho hasta que se cuentan los votos. Sin embargo, la opinión prevaleciente es que cavó más profundo su hoyo. ¿Ustedes por quién apuestan, por la política o por el “outsider”?

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