No hay políticos católicos?

No hay políticos católicos?
Y si los hay, todos son sordos. O, no saben leer y escribir. Porque no han contestado a la invitación que, les hiciera la Conferencia Episcopal de la Iglesia Católica de Honduras, a fin que fuera de las palabras, conozcan la realidad, la transformen, fortalezcan el bien común y establezcan la justicia en las relaciones entre los hondureños. En lo personal, no me sorprende. Anticipé que no leerían la declaración de los obispos católicos hondureños. El texto, grande y complejo, para sus oceánicas limitaciones y las exhortaciones, me permitió anticiparlo. El que casi la totalidad hayan sido bautizados y que muchos hayan “recibido al Señor” como dicen los evangélicos, no quiere decir que tengan idea alguna del cristianismo. Y mucho menos, de los compromisos que tienen de trabajar por el prójimo, dentro de una ética absoluta de respeto a la colectividad. Y en una vocación de servicio –hasta la muerte incluso– a los demás. Si aquí los políticos fuesen católicos o evangélicos, más allá de la misa dominical, y de las bendiciones apostólicas que usan hipócritamente algunos en sus discursos, las cosas serían diferentes. No habría la inequidad que observamos, la falta de control del pueblo sobre las autoridades; ni tampoco veríamos desde el poder, a los políticos enriqueciéndose, ellos y sus familiares. Y por consiguiente la pobreza –con la que muchos juegan, incluso usando pasajes bíblicos justificativos– no habría inundado a la sociedad, llenándonos de vergüenza. Ni tampoco la inseguridad, nos tendría rodeados a los que tememos por nuestras vidas; o en los cementerios los cuerpos de los más atrevidos y expuestos de nuestros compatriotas.

Los políticos son extraordinariamente elementales. La Constitución de 1982, no les exige para ser presidentes de la república, ni siquiera saber leer y escribir. No tienen conocimientos de la historia del país, no saben absolutamente nada de lo que han hecho bien o mal los políticos en los gobiernos que han dirigido los destinos públicos. Ignoran las reglas de la economía y no tienen ni siquiera sospechas del carácter y finalidad de las políticas públicas. Tampoco saben de la antropología del hondureño, en lo más elemental. La sociología no les dice nada, en razón de lo que, para ellos sus obligados compatriotas –que creen que Dios les ha dado para su gloria– no son más que simples números, “borregos” con los cuales ganar elecciones. Y sus conocimientos geopolíticos son totalmente nulos, por lo que todavía no entra en su cabeza que somos una República, llamada a establecer relaciones igualitarias con todo el mundo, protegidos por el derecho que también ignoran.Por tales debilidades –que no son irrespeto a los obispos; ni traición al cristianismo que no conocen ni siquiera desde el Padre Nuestro como nos lo confirmó un gobernante pretencioso que, buscaba con sus desplantes, convencernos que era brillante e inteligente, más que todos sus antecesores, especialmente más que CV– estoy seguro que los obispos católicos, los comprenden y los perdonan. No puedo imaginarme siquiera que se disgusten por el silencio que le dispensan a sus palabras y exhortaciones. Más bien tienen que reconocer los obispos y sacerdotes –mis hermanos, no “mis príncipes” como nos recomienda el Papa Francisco– es que han perdido contacto con la “casta” política nacional, que en otros momentos han estado demasiado cerca del poder, volviéndose muy complacientes. Y que por ello, tienen muy poca capacidad para influir sobre el comportamiento ético de los políticos, por más que lo intenten.

Deben desarrollar una pastoral específica para la clase media. Los sacerdotes dejar la sacristía. No para regalar cosas, sino que para dar esperanza y compañía a los que sufren la ansiedad que provoca, el desamparo y la inseguridad. Debiendo elaborar una estrategia de evangelización de la clase política, similar a la que se practicara después de “Medellín 68”, en que se descubrió que había que humanizar la política, con las buenas nuevas del Evangelio, y volviendo a sus practicantes, en trabajadores del bien común, sobre el cual construir el Reino de Dios. Pero si siguen como hasta ahora, aislados de los sectores de poder activos; o en proceso, por falsos pudores que no corresponden a las conductas de los profetas, jamás les harán caso a sus exhortaciones, como acaba de ocurrir.

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