La voz del pueblo… ¿es la voz de Dios?

La voz del pueblo… ¿es la voz de Dios?

Por Antonio Flores Arriaza
ideasafa1@gmail.com

Ha sido común escuchar la expresión “la voz del pueblo es la voz de Dios”. Y parce que esta expresión está recobrando nueva popularidad. Obviamente, es una forma de “argumentar” que lo que alguien, que se quiere adjudicar la representación del pueblo, tratar de sostener como indubitable, como si fuese una ley divina.

En la historia teológica, Dios nunca ha hablado a través del pueblo. Primeramente Dios hablaba por sí mismo. No requería de voceros para hablar por medio de ellos. Cuando Dios creó la política (“te lo entrego para que lo gobiernes” refiriéndose a todo lo que Él ha creado) le dio al hombre la potestad de ser quien hablara. Siendo Dios muy respetuoso con lo que decreta y no como el hombre que allí va cambiando sus decretos según le convienen, para lograr lo que desea sin importar si con ello viola los fundamentos de una nación) dejó de hablar directamente, excepto en casos muy especiales.

Al inicio, Dios seleccionó a un hombre y le dio, directamente, el liderazgo sobre la nación para que la dirigiera, que la gobernara. Es el caso de Moisés a quién Dios le habló personalmente y le entregó la responsabilidad de ser el gobernante. En adelante, Dios hablaba con Moisés para darle alguna indicación especial. Pero no vemos que Dios hablara con el pueblo y, mucho menos, que Dios hablara por medio del pueblo usándolo como su vocero.

Moisés, precisamente, es el escritor de la Torah (de donde viene la ahora tan usual expresión “es toral”) que son los primeros cinco libros, lo fundamental (por ello también llamado Pentateuco) del Antiguo Testamento, asimismo, fueron llamados “La Ley” por los hebreos. Es decir, era la parte pétrea del Antiguo Testamento. Aquí vale decir que, esta expresión proviene de que, los Diez Mandamientos, le fueron dados por Dios a Moisés escritos en piedra como un símbolo de que no serían modificados a través del tiempo. De aquí vienen los principios.

Más adelante, cuando los hebreos se ubicaron en Palestina y vieron cómo surgían los gobernantes de los otros pueblos que se ubicaban en esa región, le dijeron a Dios que ya no querían que Él diera misiones a hombres que Él seleccionaba. Le dijeron que, al igual que los otros pueblos, querían un rey. Es decir, un gobernante continuado, depositario de todo el poder y con autoridad para tomar las decisiones que quisiera. Así entonces Dios les dio a los jueces (no eran jueces como los conocemos ahora) para que los gobernaran cuando se habían metido en problemas. Los jueces, con la guía de Dios, los sacaban de problemas. Solo para que el pueblo se volviera a meter en nuevos problemas. El proceso de “avance” continuó y, finalmente, Dios les dio a un rey (Saúl) que, siendo depositario de todo el poder político (y militar), terminó por pensar y actuar mal. Así que Dios prescindió de él y optó por un hombre que era humilde y, por medio de un profeta, dio el poder a David. Pero, nuevamente, el pueblo no habló aquí, y Dios tampoco habló por medio del pueblo.

Hay un caso interesante. El rey Uzías fue gobernante toda su vida. Desde adolescente hasta adulto mayor. Quizás su nombre sea simbólico porque significa el todopoderoso (es la misma raíz del nombre de la poderosa metralleta judía: la uzi). El poder siempre estuvo bien definido. El rey era el gobernante político, el profeta era el hombre que usaba Dios para hablar y exponer sus expectativas y decretos y, el sumo sacerdote, el que gobernaba las funciones religiosas. Cada uno respetaba las responsabilidades del otro. Pero, un día Uzías, borracho de poder, fue a oficiar en el templo. El resultado fue que el poderoso rey desarrolló lepra en la cara (un lugar que no podía ocultar), así que inmediatamente fue derrocado (ser leproso era indigno y obligaba a ser marginado), repudiado hasta por su familia e inmediatamente lanzado a un leprosario, en donde terminó sus días. Así que, con esto, podemos ver que al rey Dios no le reconocía más que las funciones que le eran asignadas. En cambio, a David, Dios le prometió que de él descendería el rey que no tendría fin.

Ah!, pero, en el camino, nos hemos dado cuenta que Dios no hablaba por medio del pueblo, sino que lo hacía a través del profeta.

Pareciera que ser profeta le gusta a algunos y, especialmente a algunas. En nuestro ámbito religioso hemos venido observando que muchas mujeres, especialmente las esposas de los pastores evangélicos (la asistente del pastor), gustan de adjudicarse el título de “profetas”. Vaya, es una nueva evolución.

Esta nueva evolución parece ha sido aprendida por los asesores de los gobernantes que se adjudican ser ungidos para convertirse en la voz de Dios y decir que, ahora, Dios también ha evolucionado y usa al pueblo para hablar por medio de él. Parece tendremos que ampliar el canon bíblico para escribir un nuevo capítulo teológico que demuestre que el campo de la espiritualidad ha tenido una gran involución. Deben tener cuidado, vaya y les salga lepra en la cara y terminan por ser marginados en un leprosario.

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