¡No se enoje, Embajador!
¡No se enoje, Embajador!
Por Juan Ramón Martínez
Razón tiene usted, Embajador, de estar disgustado. No es para menos. Que, imparta una orden, después de científicas investigaciones, y que quienes tienen que cumplirlas, no solo le digan que no, sino que hagan lo que les da la gana, incomoda. Afortunados nosotros; pero terrible para usted, que por primera vez desde que está en Tegucigalpa, haya alguien que se atreva a desobedecerlo. El Presidente JOH ha sido muy atento, educado; e incluso con tal talento que, en muchos casos, se le ha adelantado, anticipándose a sus deseos. Y no digamos otros altos funcionarios como el presidente del Congreso, el de la Corte y casi todos los líderes políticos. Lo ven, agachan la cabeza y dicen que sí. Por esa razón, por un lado no debe quejarse; pero por la otra, es razonable desde su lógica imperial, que se disguste. Porque quienes irrespeten sus órdenes, pueden erosionar su prestigio de único representante externo a quien, aquí, la clase política, económica y delincuencial, le tiene miedo y respeto.
Pero debe calmarse. No debe caer en el desaliento; o en la desesperación. Tiene que entender que no es autoridad legítima en Honduras. Es el embajador de una nación, aparentemente amiga y aliada, que fuera de algunas desobediencias y trampas juveniles orientadas a pasar por encima de los acuerdos –en la repotenciación de los F-5 y en la construcción de Palmerola– Honduras ha sido fiel hasta la temeridad de ofender primero, a sus ciudadanos, que a usted Nealon. Además, al margen de la opinión que tenga de los hondureños, sobre la falta de hidalguía y orgullo para verle a los ojos; e incluso decirle que no, algunas veces que usted se equivoca. Tiene que admitir que aquí hay un estado de derecho. Frágil. Muy vulnerable, es cierto; pero que, aunque muchos lo irrespeten, usted como representante de una sociedad que se construyó y opera exitosamente dentro del respeto a la ley y situando las instituciones por encima de los caprichos de las personas, debe dar ejemplo, respetándolo. Es lo ético. Y sometiendo su impaciencia, al funcionamiento de las instituciones, en este caso, a las Fuerzas Armadas. Incluso por elemental respeto al país y a su pueblo, debe presentar sus quejas y requerimientos no a través de los medios electrónicos y los periódicos, sino a las instituciones mismas. Por lo menos, para guardar las apariencias.
No tiene porqué transmitirnos enojos que le quitan el sueño a los gobernantes que para servirnos, deben descansar y estar lúcidos para cumplir sus deberes. Vea usted. En el caso de las Fuerzas Armadas, estas, justificadamente, le dijeron que no. Y en privado, le pidieron pruebas que, usted entregó. Y una vez estudiadas, se siguieron los protocolos del caso, haciéndose las comprobaciones debidas. Y uno de los oficiales señalados, fue dado de baja deshonrosa. Ahora serán los tribunales los que actuarán, incitados por las acciones de la Fiscalía. Eso sí, usted tendrá que esperar que los tribunales, reaccionen y dicten sentencia.
Es inconveniente que vea solo lo malo; e imagine, disminuido su poder, en un país que, se asusta cuando usted muestra sus disgustos. Usted sigue siendo la más alta autoridad de aquí. De su palabra depende el presente y futuro de todos. Lástima que no pueda dirigir el curso de las lluvias, porque si de usted dependiera, estoy seguro que, no tendríamos muertes por derrumbes e inundaciones. Ojalá que en el futuro desarrolle esa fuerza y ese poder, para protegernos de los vientos y las tempestades. Sin descuidar la lucha contra los narcotraficantes.
Solo tengo un deseo. Ante su influencia sobre todos, desearía que, así como hace usted, por simple igualdad, nuestro embajador en Washington, también tuviera poder en Estados Unidos para ejercerlo igual que el suyo. Me sentiría orgulloso, ver a Obama darle siquiera audiencia en la Casa Blanca, para escuchar sus quejas por los daños que reciben los hondureños por la acción de los carteles de drogas que deben existir en su país. Y que el FBI y la CIA, procedieran a inmovilizar a los miembros públicos y privados que delinquen en Estados Unidos. No me haga caso. Es un sueño. Usted representa un país. Yo soy ciudadano de algo que, no es nación siquiera. Perdóneme Embajador. Esto me disgusta. Más que a usted, que no le obedezcan los que, considera empleados suyos.
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