EL RIESGO DE LOS PLEBISCITOS
EL RIESGO DE LOS PLEBISCITOS
EL montón de jefes de Estado –más los titulares de organismos internacionales y foros hemisféricos– que estuvieron en los actos de celebración, atentos al bullicio del gobierno colombiano por la firma del acuerdo con Timochenco, lo menos que sospechaban era la debacle del proceso que se produciría unas horas después. Entusiasmado de alcanzar un acuerdo irrepetible con la guerrilla y de haber derrotado sus opositores políticos que rechazaban el arreglo con la FARC –en los términos que este fue negociado– decidió someterlo a consulta popular sin que fuese obligatoria. Seguro que su imagen crecía estirando hasta donde pudiese el proceso de paz, no dudó un segundo en convocar un plebiscito, además confiado que sus compatriotas le gratificarían con un contundente respaldo. ¿Cómo se puede perder una consulta de esta naturaleza, más si la pregunta estaba hábilmente formulada para que el interrogado no tuviese más opción que el asentimiento? Esta era la pregunta: ¿“Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?”.
No hay quien se pronuncie en contra de la paz o que no quiera terminar con una dolorosa conflagración de 52 años que cobró tantas vidas y produjo tal sufrimiento en una sociedad atribulada. La incógnita sería ¿pero a qué precio? ¿Habría siquiera, algún rescoldo de arrepentimiento en los que causaron ese padecimiento a las víctimas y familiares y, durante ese azaroso período de enfrentamientos armados, de cruda violencia, a la nación entera? En el último minuto, ya para estampar la firma, el buró político de los rebeldes, en la voz de Timochenco expresó: “En nombre de las FARC-EP ofrezco sinceramente perdón a todas las víctimas del conflicto por todo el dolor que hayamos podido causar en esta guerra”. Los presentes se regocijaron en aquellas resignadas palabras, pero ¿sería eso suficiente y no habrían sido dichas demasiado tarde? Entre los concurrentes no abrigaban tales temores, fiados de ser históricos testigos del minuto terminal de un aflictivo conflicto. Las encuestas daban por seguro el triunfo. 66% de los electores apoyarían el sí, y el 34% el no. Claro, ni se les ocurra dudarlo, un resultado contundente puede ser un factor que políticamente eleve la popularidad del régimen. Una carta infalible para jugar. Solo que hay que tener sumo cuidado con las consultas.
No solo es de plantearlas porque el propósito luzca loable o el tema propuesto parezca contar con opinión favorable. Siempre deben calcularse los riesgos de escudriñar en el estado anímico de la gente con sentimientos tan profundos y emociones tan intrincadas. Comenzando por considerar la imagen de quienes las promueven. La respuesta es tanto a interrogante como a quien hace la pregunta. Habría que precisar ¿qué tan buena imagen tendrá entre los electores tanto el gobierno colombiano como la guerrilla? Además, es un error menospreciar a los opositores, sobre todo en un tema tan espinoso. Ya leyendo lo menudo de la letra del documento, muchos se habrán preguntado ¿si van a dar un subsidio a la guerrilla, qué le toca recibir a un ciudadano común que a nadie haya dañado o secuestrado? Ajá –fue algo que circuló por todos lados– si quieren dejar las armas que las dejen, si quieren entrar a la política que entren, pero ¿cómo es que nadie va a ir preso, si por menos meten a la cárcel a cualquier otro ciudadano? El resultado de plebiscito ha dejado a propios y extraños con la boca abierta ¿Ahora qué rumbo toman de aquí para allá? Deben buscar una forma de unir el criterio de los colombianos en algo que sea aceptable no solo para una mitad sino para la otra. Mientras ello ocurre, allá en Estocolmo ya habían decidido darle el premio Nobel de la Paz. Y para los observadores imparciales, aprender de estas lecciones.
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