Ciudadanía activa, ¿solo un sueño?

Ciudadanía activa, ¿solo un sueño?

Por Julio Raudales

En septiembre de 2006, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), realizó un evento en el que convocó a las “fuerzas vivas” y personalidades más influyentes del país. Llegó el entonces presidente Zelaya y su equipo cercano, estaban los empresarios, los obreros, campesinos, líderes comunitarios, los alcaldes, la cooperación internacional y el cuerpo diplomático. Casi 300 personas.

Recuerdo que al final de los dos días de reunión, la ministra de Finanzas, Rebeca Santos, hizo un llamado a que definiéramos un “pacto social con responsabilidad fiscal”. Los empresarios le propusieron al presidente que a su vez escribiéramos entre todos una visión de desarrollo de largo plazo, que sacara a nuestro país de sus inveterados problemas.

Corrían buenos tiempos: la “burbuja.com” y la guerra de Irak habían generado un crecimiento inusitado en USA; nuestro mayor socio comercial, la Unión Europea se estaba consolidando y demandaba más de nuestros productos, el peso mexicano se devaluaba y nuestros vecinos estaban bien. Todo eso aparte de que nos habían condonado la deuda externa y la cooperación post Mitch seguía fluyendo.

Pasaron 3 años y el presidente Zelaya publicó en los primeros meses de 2009 un primer resultado de la consulta realizada en todo el país, con miras a tener una Visión de País y un Plan de Nación Incluyente. Creo que lo más novedoso de esa propuesta, es que se concibió en el contexto de la Ley de Participación Ciudadana, un instrumento que abría espacios a una democracia mejor conformada.

Pero no supimos aprovechar la pleamar. El entonces presidente colocó por delante de aquella propuesta surgida de las entrañas de la gente, un improvisado juego constituyente que en vez de unirnos nos dividió. ¡Cuán distinto habría sido el camino de Honduras, si hubiésemos seguido el trabajo propuesto en aquella reunión de septiembre de 2006!

Aunque en el gobierno de Porfirio Lobo se decidió, con buen tino, retomar aquel programa de desarrollo de largo plazo, darle al proceso la fuerza de ley necesaria y echarlo a andar, la situación de ruptura social generada en 2009 impidió que el esfuerzo contara con el calor y el empoderamiento de la población.

Casi nadie leyó la ley y pocas personas se enteraron de que el país tenía ahora un plan de desarrollo de largo plazo. Sobre todo, nadie se percató de que el mismo portaba la innovadora idea de dar a la gente misma, a los beneficiarios, la posibilidad de tomar en sus manos, la solución de sus problemas más urgentes.

La propuesta de desarrollo inclusivo del Plan de Nación, se centraba en dos ejes fundamentales: La posibilidad de que la gente conociera con rigor y detalle, el potencial de los recursos de su territorio, incluidos los naturales, sociales y humanos.

El otro gran elemento es por cierto, la participación activa de la ciudadanía, que unida en los denominados Consejos de Desarrollo, establecidos a nivel local, municipal, regional y nacional, tiene, de acuerdo a la ley, la posibilidad de definir e imponer a las autoridades, el uso de los recursos del presupuesto nacional, con lo cual se cambia la visión tradicional de la administración del Estado. ¡Esto es un tesoro! Lamentablemente, la gente ni se enteró de que lo tuvo en su mano.

Honduras tendrá para 2018, un presupuesto público de 232 mil millones de lempiras. Este dinero se gastará de forma discrecional, atendiendo las necesidades de los entes ejecutores y los caprichos de los ministros y el presidente. La alternativa, si se cumpliera la ley del Plan de Nación, es ir caminando hacia la consolidación de una ejecución presupuestaria definida por la misma ciudadanía. Parece que a alguien no le conviene una salida de este tipo y por eso no se le dio la importancia necesaria.

Aparte de esto, los Consejos de Desarrollo, permitirían acuerdos espontáneos entre los actores de desarrollo, como empresarios y trabajadores. Esto potenciaría la generación de negocios sostenibles y por tanto mayor bienestar, además de generar gobernabilidad y mayor cuidado del ambiente mediante el ordenamiento de los territorios. Nada de esto se ha dado. ¿Desidia, impericia o mala intención?

Dicen los chinos que no hay viento bueno para un barco que no tiene rumbo. Eso es algo que nos toca vivir a los hondureños, generación tras generación. Ojalá que las cosas cambien pronto. La gente lo merece.

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