Entrometerse en política

Entrometerse en política

Por Álvaro Sarmiento

Especialista Internacional
en Comercio y Aduanas
El domingo durante la santa misa, el sacerdote comentó que en 15 días estaremos en el día de las elecciones. Y que ese día no se predicará sobre política -partidista-, únicamente sobre la fiesta cívica.

Recordé comentarios del Papa Francisco sobre la responsabilidad que tiene el cristiano en la política y concretamente en los procesos electorales: Recordó que “la política es una de las formas más elevadas de la caridad, porque sirve al bien común. No puedo lavarme las manos, ¿eh? ¡Todos tenemos que dar algo!”.

“Ves las noticias en la televisión y los apalean, apalean; lees el periódico y lo mismo… ¡siempre lo malo, siempre en contra!”. Quizás, “el gobernante, sí, es un pecador, como lo era David, pero yo debo colaborar con mi opinión, con mi palabra, también con mi corrección” porque ¡todos “debemos participar al bien común!”. Y si “tantas veces hemos escuchado: que un buen católico no se mezcla en política, esto no es verdad, ese no es un buen camino”.

En otras palabras, no tenemos el derecho de quejarnos durante cuatro años por la elección de una mayoría relativa, y peor no votar por considerar que se trata de una pérdida de tiempo ya que todo está “arreglado”. Tampoco se vale decir después “yo no voté por él”.

Aunque algunos consideramos que tenemos una democracia bastante imperfecta y que más bien necesitamos de una buena república (una cosa no es la otra), participar en el proceso electoral como elector y evitar facilitar “cheques en blanco” a un partido específico puede ser lo más sano y verdaderamente balanceado.

La doctrina de los pesos y contrapesos en política es especialmente necesaria en Honduras. El voto cruzado donde escojo al presidente de un partido y los congresistas de otros partidos es bueno porque evita concentrar el poder, recordemos las palabras siempre actuales de Lord Acton, “El poder tiende a corromper, el poder absoluto corrompe absolutamente”. Y no se trata del individuo específico, será más o menos fácil corromperlo, pero al final del día otorgar poder absoluto a una persona asegura corrupción, y daños al bien común.

Lo anterior implica el deber de aportar constructivamente, sin dejarse secuestrar por la crítica absoluta al gobernante. No todo es malo, ni todos son malos, ni todo lo hacen mal. Destruir con la palabra es muy fácil, proponer algo constructivo y positivo no es para cualquiera.

Los cristianos católicos o no, tenemos el deber de conocer -hasta donde se pueda- la fama (buena o no) de los candidatos a todos los puestos de elección. ¿Le gustaría que fuera el novio de su hija? Si la respuesta es NO, ¿por qué va a darle el voto para ser diputado o presidente? También los planes de gobierno y sus visiones sobre temas elementales, como el respeto a la vida, desde su concepción hasta la muerte natural: determinar si coincidimos con el concepto de familia, fundada en el matrimonio entre hombre y mujer; el respeto al derecho de la educación de los hijos por parte de sus padres; etc. ¿Qué piensa su candidato preferido sobre esto? Es su responsabilidad moral y ciudadana averiguarlo, no solo del candidato publicarlo.

La próxima elección al Congreso, más importante que la presidencial, por sus repercusiones es un acto moral que requiere un serio discernimiento desde el criterio cristiano para los que lo somos. Como predica el Papa Francisco, un buen católico debe entrometerse en la política y lo contrario no es un buen camino para los fieles.

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