El cáncer de la democracia

El cáncer de la democracia

Por Mario E. Fumero

¿Qué es el cáncer? Simplemente lo definimos como la división loca de las células del cuerpo, que tristemente producen la muerte, a menos que se pueda detener a tiempo.

De igual forma, la democracia sufre un cáncer interno que pone en peligro la salud del sistema democrático cuando el espíritu separatista nos invade. Este cáncer se llama “división”, la cual de forma descontrolada crea tendencias y partidos que conducen a fraccionar y dividir radicalmente la sociedad. En España, la división de varios partidos ha fraccionado la unidad del Estado, haciendo que el espíritu separatista tenga a la nación en una crisis política que está socavando las bases de una convivencia pacífica.

La mayoría de las naciones latinoamericanas ya no cuentan con dos o tres partidos tradicionales, que representen las diversas corrientes ideológicas políticas existentes, sino que los partidos tradicionales han sido invadidos por un espíritu de luchas internas por deseo de poder, que como cáncer, hacen que los partidos se dividan, y se proliferen docenas de ellos, que luchan por imponer su ideología, que más bien es una ambición que nace del deseo de poder.

La división es un cáncer destructivo que arrasa con todo a su paso. Es el arma preferida del diablo, el cual no sabe sumar, ni restar pero sí tiene un doctorado en dividir. Fue por ello que Jesucristo dijo que “ningún reino dividido prevalece, sino que es asolado” (Mateo 12:25), porque donde hay división, contienda, guerras, pleitos y enemistados, la desolación y destrucción del entorno está asegurada.

Una de las peores tragedias de la sociedad moderna, y que ha dado origen a la delincuencia e inseguridad, es la división familiar, producto de la desintegración del matrimonio. Hablando de Honduras, aproximadamente el 60% de las familias son disfuncionales. 45% de los niños que nacen carecen de un hogar integrado, y un 15% de los que han emigrado abandonaron a sus hijos. Esto ha creado la tragedia delincuencial que hoy vive el país.

En las elecciones para presidente en Honduras, nos enfrentamos a la existencia de diez partidos políticos, porque algunos partidos tradicionales han sido víctimas del fraccionamiento, producto de una división que ha nacido de la ambición. Cuantos más partidos políticos existen en una democracia, más se fraccionará el voto, y por lo tanto, la posibilidad de que salga electo un presidente con un respaldo de mayoría simple (mitad más uno) se vuelve casi imposible. En algunos países, para resolver la proliferación de partidos, y establecer la solidez de la elección de un presidente, han optado por ir a una segunda vuelta con los dos más votados, para que el candidato electo alcance la mayoría simple.

Es necesario que la democracia se fundamente en el apoyo mayoritario de los votantes, y cuando la división de partidos penetra dentro del sistema político, se debilita el poder del voto, y tristemente, caeremos en una democracia incipiente, que fracciona la sociedad, y debilita la convivencia. Para gobernar con autoridad popular, se requiere el respaldo del soberano, que es el pueblo, y que el ganador goce de al menos un 51% del apoyo popular.

Pero además del voto como apoyo popular del gobierno electo, necesitamos que los partidos políticos busquen el bien común, y no conviertan la lucha política, en odio y desprecio hacia aquel que piensa diferente. No debemos debilitar la unidad apelando al chantaje, amenazas y mensajes apocalípticos. El éxito o el fracaso de una familia, nación o institución dependen de la ecuanimidad de sus miembros en cuanto a mantener la unidad dentro de la diversidad. Podemos discrepar, pero debemos de respetarnos. Cuando el juego político es limpio, la división es tan solo una separación momentánea, pero cuando se juega sucio, las consecuencias de convivencia nos llevarán a una división destructiva que producirá desolación y destrucción, porque la división, como un cáncer, destruye el lugar en donde penetre.

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