Salvar las instituciones democrático-republicanas



Salvar las instituciones democrático-republicanas

Por Segisfredo Infante

La primera democracia del mundo, en sentido estricto, fue la democracia de las ciudades-Estado de la Antigua Grecia, especialmente la de Atenas, que la echaron a perder los mismos griegos y macedonios, por causa de las fuerzas centrífugas, de las ambiciones personales extremas, la violencia y, sobre todo, por causa de la ignorancia instintiva de los pueblos que nada comprendían de la enorme importancia de haber saltado, históricamente, de la aldea a la ciudad, de la caverna a la luz, de la irracionalidad instintiva a la razón. No hay que olvidar que fue el genial Aristóteles quien al final clasificó al “Hombre” como un “animal racional”, o como un “animal político”, esto es, como un ente que podía coexistir en forma comunal organizada y pacífica, en busca del bien común platónico. La idea aproximada del “salto histórico” me la regaló el sociólogo y filósofo chileno Fernando Mires, que actualmente ofrece clases universitarias en Alemania. Los otros ingredientes de la caverna a la luz, y de los instintos a la razón los he añadido, como simples comentarios verbales, a mi conferencia “Sócrates y la problematicidad filosófico-científica”, que ofrecí el sábado primero de abril del año en curso, a varios integrantes de la logias masónicas y amigos católicos y agnósticos de Tegucigalpa, y el martes 31 de octubre a los estudiantes de la Universidad Agrícola Panamericana de “El Zamorano”.

Quizás la primera víctima fatal de la democracia occidental, fue el democrático Sócrates, el filósofo moralista por excelencia. El viejo pensador fue asesinado por una conspiración montada por un subgrupo de atenienses envidiosos e ignorantes, que eran enemigos del método mayéutico (obstétrico o partutiento) de aquel filósofo enigmático que antes de discurrir le consultaba a las pitonisas del Oráculo de Delfos, para el bien de los atenienses mismos. Fue la primera puñalada que la democracia se asestaba a sí misma, por ser tan permisiva desde los tiempos heroicos, la cual ha facilitado, incluso en los escenarios actuales, las conspiraciones de aquellos enemigos antisistémicos de las instituciones republicanas y democráticas. Enemigos de la racionalidad, de la tradición, de la reforma y del orden público. Un ejemplo recientísimo es el del señor Nicolás Maduro en Venezuela, quien ha empujado hacia el camino del hambre y de la tragedia a todo un pueblo.

En el caso de la historia centroamericana, lo hemos publicado más de cien veces, la primera víctima fue el ciudadano don José Cecilio Díaz del Valle, el verdadero artífice y creador de la primera República Federal de América Central, quien políticamente fue atropellado por la conspiración de unos supuestos “liberales” y “conservadores” que comandaba el ciudadano salvadoreño, el prócer don Manuel José de Arce y sus amigos guatemaltecos oriundos de la famosa familia Aycinena, problemas que históricamente continúan pendientes de ser despejados en forma imparcial, en tanto que es erróneo presentar una historiografía en donde “los chicos buenos” son los dirigentes hondureños, y los “chicos malos” son los dirigentes de los otros países centroamericanos. De tal modo que con la historiografía maniquea en blanco y negro (de cualquier signo) va a resultar casi imposible la integración final de la América Central “posmoderna”.

Honduras se encuentra frente a la encrucijada histórica, inédita, de decidir si acaso continuamos con las instituciones republicano-democráticas occidentales que reforzó teóricamente el genial politólogo francés el Barón de Montesquieu; o de romper el sistema democrático reformista tal como ocurriera, hace cien años, en la Rusia manipulada por los bolcheviques “comunistas” que dirigía el genial conspirador Vladimir Ilich Lenin, sin olvidar que en el caso de Honduras el proceso es manipulado, en forma paradójicamente casi inédita, por el oligarca más tradicional e instintivo, oriundo del valle de Lepaguare. Se debe subrayar, en este caso, que en Honduras los verdaderos “jacobinos” y “bolcheviques” brillan por su ausencia, de tal suerte que las comparaciones que hacemos son un tanto forzadas. Aquí los conspiradores y anarquistas se han colocado sobre sus rostros unas máscaras inmensas de “revolucionarios”, seudoanarquistas y seudorevolucionarios (con las excepciones del caso) para engañar al pobre pueblo de Honduras, y a una clase media con poquísimas lecturas acerca de la “Historia” y del pensamiento occidentales.

De ganar las elecciones los demócratas reformistas actuales (sean nacionalistas, socialcristianos o liberales), tendremos hacia adelante la obligación de buscar la consolidación de las instituciones republicano-democráticas, las cuales deben estar al servicio de los pobres, de la clase media, de los empresarios honestos y de los verdaderos intelectuales. El Estado debe servir a los demás, y nunca servirse de los demás. Salvo en casos de guerra extrema. De echarse a perder el sistema democrático, sólo tendremos la opción de acostarnos en una hamaca o en las bancas de los parques centrales a releer la vida del genial e enigmático Sócrates, con la posibilidad de morirnos de hambre. No estoy bromeando, estas cosas han ocurrido en el curso zigzagueante de la “Historia”.

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