El cambio que ya empezó por el cambio que debe continuar

El cambio que ya empezó por el cambio que debe continuar

Por Luis Alonso Maldonado Galeas
General de Brigada ®

Durante más de una década, la República ha sufrido reiteradamente severos atentados que han afectado hasta hoy la ciudadanía, la institucionalidad y el estado de derecho, cual basamentos de la democracia. La atomización política, el fraccionamiento de la sociedad, la degradación de los operadores de justicia y seguridad, la corrupción institucionalizada y una fiebre incontrolable por el poder, se suman al daño inferido; lo anterior es tan solo una aproximación para mostrar una realidad inmerecida de nuestra patria; en donde se aprecia el arrebato violento del poder soberano, asumido arbitrariamente por el primer mandatario en cada caso, adoptándose posturas dictatoriales de innovadora factura. Un cambio que ya empezó, que ciudadanos discapacitados de moralidad y civismo, han aceptado y defienden servilmente; y que la indolencia del resto podría energizar su dinámica predadora, a menos que sea anulado por otro cambio, el que debe continuar.

Se inició el cambio, con el abandono del ejercicio democrático en la gestión del Estado, adoptando modelos autocráticos, cuya característica ha sido la violación reiterada a la Constitución, la centralización del poder y, la preeminencia del Ejecutivo sobre los demás poderes constituidos; incluso sobre aquellos que ejercen funciones de contraloría y fiscalización. Un intento reeleccionista fallido en el 2009, dejó lecciones que sirvieron de base para que con el mismo fin, pero con marcada diferencia en la concepción estratégica, se haya creado un escenario brillantemente diseñado a favor de un proyecto continuista, obsesivo; verdadero detonante de la caída de la República y de la crisis multidimensional.

Ese “gran cambio”, motivó para que con envidiable talento político-sectario, se defenestrara en el 2012 la Sala de lo Constitucional, bajo el liderazgo del entonces presidente del Congreso Nacional, con la complicidad de no pocos diputados de la oposición. Un golpe a un poder del Estado que poco importó al resto de la clase política, a la institucionalidad y mucho menos a la ciudadanía. El cambio se hacía sentir, de facto por cierto.
En la misma Sala, con otros magistrados electos a la medida del propósito reeleccionista, se dio curso al proceso sin tener facultades para ello, sin que el fallo implicase la derogación de los artículos constitucionales que prohíben la reelección presidencial; estando esos preceptos vigentes y sin que se haya fallado explícitamente a favor de lo prohibido. El Congreso enmudeció, irresponsablemente soslayó la aplicación del plebiscito, como el único instrumento constitucional válido para iniciar el cambio, que nunca el pueblo ha pedido.

Se consolida la intención ilegal, con la inscripción del Presidente de la República, Juan Orlando Hernández Alvarado, como candidato a la Presidencia, por parte del TSE, por simple mayoría. El voto en contra es respaldado con una argumentación jurídica y constitucionalista, que la posteridad calificará como una lección histórica del derecho.

A ese cambio alevoso, se suman algunos más que reafirman la declaración desafiante de “voy a hacer lo que tenga que hacer”. Un estilo de poder que el pueblo interpreta sabiamente, veamos:

La justicia se ha politizado y la política se ha judicializado; las cortes resuelven lo atinente a los políticos o al pueblo y viceversa. La narcoactividad y el crimen organizado han contaminado a los operadores de justicia, a otros funcionarios y a la sociedad, la impunidad se afianza; los carteles de la droga han firmado contratos con el gobierno central, facilitándose impunemente el lavado de activos. Un acuerdo entre socios con estatus y estilos diferenciados, pero al final, transgresores de la ley.

Un cambio relevante ha sido el perfeccionamiento de las bandas criminales en la administración pública, que han depredado los bienes nacionales, impedido la asistencia social, envenenado con medicamentos alterados y falsos la salud del derechohabiente; han aplicado un método depurado para matar lentamente al pobre, que depende únicamente del Seguro Social para sobrevivir. Alevosamente se ocultó el conocimiento previo de los bandoleros y su plan, cínicamente se acepta que fondos provenientes de ese delito, fueron depositados a nombre del partido en el poder. El caso sigue abierto, la impunidad hace sus malabares, la justicia de hoy o de mañana, en espera.

Acuerdos entre jefes, leguleyadas y actitudes genuflexas de distintos colores, han allanado la vía de la reelección; lucen distantes el “Humanismo Cristiano” y “Justicia Social con Libertad y Democracia”; “Patria Libre o Muerte” ahogó su grito, pudo más la “sociedad reeleccionista”. Abundan los mercaderes de la libertad, la estructura de algunos partidos tiene signos marcados de estar compuesta por amos y sirvientes. Diputados, funcionarios, politiqueros y “académicos constitucionalistas”, le hacen coro al continuismo y gritan vivas al ungido. ¡Cuánta degradación ciudadana acumulada!

A pesar de tanto cambio pernicioso, la democracia todavía conserva sus luces, todavía hay esperanza para que la razón, la libertad, la justicia, la igualdad, la inclusión, el derecho y la fraternidad entre los hondureños, sean rescatados y reconstruidos en un todo aglutinante: constitucionalismo e institucionalidad. Se levantarán esas banderas para imponer el balance entre poderes y la supremacía del poder soberano; se arriará el oprobioso símbolo del poder personalista, con ribetes dictatoriales, para que acepte sin condiciones que el poder no le pertenece, que se le concede temporalmente para que lo ejerza conforme a la voluntad del otorgante; así lo demanda la ciudadanía, así lo establece la democracia, así lo exige la República.

El cambio que debe continuar, será aquel que centre a la persona como razón y fin de la sociedad y del Estado, con sus libertades, deberes, derechos y garantías en la visión de un nuevo liderazgo político, que tenga la entereza y humildad para obedecer el mandato del pueblo; y la vocación virtuosa para servirle desinteresadamente.

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