Desocupación y pobreza en América Latina

Desocupación y pobreza en América Latina

Por: Noé Pineda Portillo
noepinedap@yahoo.com
En términos generales, la situación de la desocupación y pobreza en Latinoamérica se distingue por las siguientes características:

La apertura de la economía con desregulación; los sectores interesados -banqueros e inversionistas – ven en la retirada del Estado una nueva fuente de estímulo para la tasa de ahorro y para alimentar el mercado de capitales. Privatizan empresas públicas con el criterio de que el Estado es un mal administrador. Abren sin restricción las fronteras para mercancías, capitales y flujos financieros, dejando sin protección a los pequeños y medianos productores.

Hubo transformación del rol del Estado, pasando de una economía centralizada, estatizante, de un Estado benefactor, de bienestar, a una libre sociedad de mercado, donde el Estado debe garantizar solo la libertad, para que en un régimen de igualdad de oportunidades, las personas puedan desarrollar sus capacidades y creatividades. Se propicia que el Estado intervenga de manera indirecta, por la vía de una política industrial, que ofrezca incentivos para que los empresarios inviertan más.

Se restringe la intervención del Estado, a tal punto que se lo despoja de su responsabilidad de asegurar los bienes mínimos que todo ciudadano se merece en cuanto persona.

Los altos índices de desocupación en América Latina, han llevado al subcontinente a vivir una situación crítica de deterioro social creciente (principalmente el impacto sobre las familias).

Describiendo el “modo de vida cotidiano” de una mayoría de la población y de las familias de América Latina, señaló una Conferencia Ministerial convocada por UNICEF dar seguimiento de las resoluciones de la Cumbre Mundial sobre la Infancia: “Los hijos de los pobres no tienen acceso a la educación, se enferman, están mal alimentados, no acceden a empleos productivos, no tienen capacitación, no tienen crédito y con ello se autogenera la pobreza”.

La vida consiste para muchos núcleos familiares de la región, en un “círculo perverso” de carencias que se van retroalimentando y fortaleciendo, se constituyen en un modelo reproductor de pobreza, privaciones, degradación brutal de la calidad de vida y acortamiento de la existencia.

Esta situación se ha extendido en América Latina en las últimas décadas a una creciente población. Para el Banco Mundial, el número de pobres creció en torno al veinte por ciento.

No solo aumenta el número de pobres en términos absolutos y relativos (configuran hasta el 80% de la población en diversos países de la región) sino que hay un nítido fenómeno de descenso del nivel cualitativo de la pobreza, dada lo imprescindible de gastar en otras necesidades (salud, vivienda, transporte, vestimenta, etc.), no alcanzan a comprar el mínimo de proteínas y calorías que se requieren para sobrevivir.

Los “pobres extremos” tienden a ser en muchos países más del 50% de los pobres. Padecen de severas formas de desnutrición que afectan severamente su vida en todos los planos. El investigador inglés Peter Townsend afirma que “la pobreza mata”. Efectivamente, esa es la realidad de la región. La pobreza, con sus complejos de carencias y déficit nutricionales, es hoy una de las principales causas de muerte en la región.

Al aumento y profundización de la pobreza en los sectores marginales y populares se ha sumado un nuevo proceso que Enrique Iglesias, expresidente del BID, llamó la atención cuando expresó “lo nuevo es que la naturaleza de este fenómeno en América Latina ha cambiado, al añadirse a los sectores tradicionales de pobreza los “nuevos pobres” constituidos por aquellos grupos que las crisis y las políticas de ajuste desplazaron de sus posiciones económicas y sociales”. Como vemos, ese es el panorama desalentador de la desocupación y pobreza en América Latina.

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