LAS DOS CARAS DE LA TORTILLA

LAS DOS CARAS DE LA TORTILLA

DEPLORAMOS los actos de violencia y vandalismo. Pero ese enfrentamiento entre achineros y municipales recoge el terrible drama social de las calles. Por supuesto que debe respetarse la ordenanza de la alcaldía prohibiendo la venta ambulante en espacios del casco histórico de la ciudad. Aquí no hay cultura por el aseo. Si de la práctica inmunda de muchos citadinos dependiera, la capital sería un enorme basurero. Transeúntes comiendo chucherías y gente puerca que desde los vehículos particulares, los taxis y los buses van lanzando los desperdicios a la calle. Los canastos ubicados para echar desechos sirven de adorno. Dueños de casa que tiran afuera, en cualquier acera, las bolsas de despojos para que los perros los rieguen por todo el vecindario. Mercaderes y clientes sin la más mínima noción de salubridad, arrojando al suelo las inmundicias que atascan los tragantes para que luego se inunde la zona con el primer aguacero. Así que debe valorarse el esfuerzo de la autoridad edilicia por mantener presentable ciertos puntos de la capital, como ese movimiento de “Volvamos al Centro” restaurando inmuebles y edificios viejos, para romper con esa conducta de desprecio hacia la comunidad donde se habita.

Si algún poder visionario hubiese detenido el ímpetu modernizador de esos alcaldes que permitieron la demolición de edificios históricos, que levantaron las piedras de aquellas calles pintorescas para regar pavimento; metiendo adoquines para convertir el parque en una fea zona peatonal, destruyendo los vestigios coloniales en vez de conservarlos, el centro capitalino hoy sería zona de atractivo turístico como pocos. Desgraciadamente, varias gestiones municipales, fruto de la impericia y de la improvisación, no solo arruinaron lo bonito que había, sino que permitieron el crecimiento desordenado de la capital hasta convertirlo en el caótico y hacinado hormiguero donde vivimos. Esa, sin embargo, es solo una cara de la tortilla. La otra es que la telaraña administrativa, las cargas impositivas, impiden que el ciudadano común pueda legalizar el negocio con que se gana la vida. El crecimiento desmedido de la economía informal ha sido la única salida. Así que en la época navideña, sale a la calle ese tropel de vendedores ubicándose en lugares prohibidos porque si no hacen sus fichitas en estos días –por donde pasan los compradores– no van a tener ellos y sus familias una feliz Nochebuena. Es parte de esa cruda realidad social que afecta a tantos. Estos años no han sido nada fáciles.

La celebración macroeconómica no llega a los de abajo. Las medidas de contracción impuestas por las aves agoreras, las cargas impositivas, la devaluación de la moneda, si bien favorecen, por vía de la asfixia, las finanzas de los afortunados, agudizan la pobreza. Inexplicable, la alergia de los tecnócratas a aplicar el único modelo que podría beneficiar a la colectividad. El que crea riqueza, incentiva la producción, genera empleo y multiplica la oferta para corregir los desequilibrios del mercado. Así que el prójimo tiene que sobrevivir a como dé lugar. Vendiendo lo que sea donde sea, para no caer presa de la delincuencia. Desafiando la autoridad y a los municipales si la necesidad obliga. Algo debe hacerse y a fondo, porque de lo contrario, lo cosmético, solo es tapar el sol con un dedo.

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