Relàmpago

Relàmpago
Editorial La Tribuna

EN Tegucigalpa y alrededores, se observa una ola creciente de pintores de diversas edades, estilos y tendencias. Incluyendo a los que hacen buenos grafitis en las colonias, edificios públicos y barriadas. Ellos y ellas realizan exposiciones particulares, o se guardan sus cuadros para mejores tiempos. Algunos se dedican a conversar en forma chispeante con palabras cargadas de suavidad y de ironía. O a veces cargadas de brusquedad. Vemos, pues, por todas partes, bocetos pictóricos y dibujos bellísimos tanto por su calidad artística como por la bondad depositada en el invaluable detalle de la geografía humana.
Tanto en la juventud como en el otoño de un pueblo, al ser humano expectante le asiste el derecho a la alegría y la nostalgia (y un poco de futurología), con remembranzas y proyecciones vitales que se expresan en un lienzo, en un poema, en una obra arquitectónica, en un buen ensayo o en una simple conversación amistosa. Tales conversaciones de parroquiano pueden exhibir giros existenciales en relación con las posibilidades y los límites de cada compatriota, en una época harto difícil de digerir. Por lo pronto es saludable que aprendamos a detectar el instante, relampagueante, en que nos encontramos frente a un extraordinario pintor hondureño; o frente a un hombre recio de mucha cultura libresca, que en Honduras, pese a las calamidades, los hemos tenido y los seguimos teniendo. Así los acontecimientos culturales, las exposiciones pictóricas y las conversaciones fraternas, vienen a reafirmar la necesidad perentoria de las relaciones fraternas en una época antifraterna, en que se les roba la vida a los demás, sin ningún remordimiento. Quizás este sea el momento de subrayar, una vez más, aquella idea maravillosa de un pensador español que sugería que “la amistad es un proyecto de vida”.
Nunca deberíamos ocultar los hondureños, que a pesar de los pesares, somos capaces de apreciar, aunque sea medianamente, los murales históricos, los cuadros individuales, las buenas caricaturas, los excelentes grafitis, las respetables esculturas y las colecciones de galería. Contamos con alguna sensibilidad para impresionarnos y deleitarnos con las explosiones e implosiones de los colores extraídos de la rosa cromática de los paisajes lugareños, sobre los cuales se expresa toda una poesía del color, habida cuenta de la variedad multiforme de parajes que se registran en cada una de las cuencas hidrográficas del país, con sus zonas boscosas, sus plantaciones, sus humedales y sus franjas semi-desérticas, que se ven flageladas por los recrudecimientos de los fenómenos climáticos, y por el descuido de los suelos que fueron fértiles en tiempos ya idos.
Hay relámpagos de pintura, escultura y de pensamiento serio en estos andurriales catrachos. En cada década del siglo veinte y parte del veintiuno han destacado pintores y escultores que se convirtieron en maestros de generaciones. Pero también hemos contado con la presencia de “lobos solitarios”, especialmente en los terrenos de la literatura y del ensayo, de cuyas lecturas las generaciones venideras habrán de sacar lecciones estremecedoras. Así que en medio de las facetas negativas que algunos pretenden destacar especialmente cuando viajan al exterior, para denigrar al país, hay facetas altamente positivas sobre las cuales conviene detenerse a meditar sin prejuicios ideopolíticos de ninguna especie. Lo único que se requiere es un poco de tiempo para detenerse a mirar la obra misma, alejándose de aquellos que llegan a las exposiciones pictóricas y presentaciones de libros con el propósito dominante de beber buen vino, comer buen queso y aparecer en las fotografías de las páginas sociales, con un desconocimiento asombroso de la pintura que se exhibe y de la obra que se pretende dar a conocer. Resaltemos las cosas positivas, tangibles e intangibles, que los hondureños todavía conservamos.

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