El costo de la honradez
El costo de la honradez
Por Carlos A. Medina R.
Vivir y trabajar en nuestro país en forma honesta no es una tarea fácil, porque en cualquier lado de nuestra nación y a todos los niveles existe un comportamiento que todo mundo lo acepta como normal, pero que en pequeñas cosas la corrupción es un denominador común, así como lo es cuando se trata de grandes aventuras financieras. Los analistas y los tratadistas que se refieren a la corrupción y la impunidad generalmente hablan de los grandes empresarios y los políticos, creyendo o tal vez ignorándolo adrede, que el problema está generalizado y es parte de la conducta negativa de un gran segmento de la población.
Ahora que vivo en el campo me he sorprendido que en pequeñas cosas la corrupción existe, y es parte de lo que yo he llamado anteriormente “la viveza” del pueblo hondureño, que es algo así como una herencia genética derivada de los conquistadores españoles mezclada con la conducta taimada de la raza hondurensis, y de esa mezcla que surgió le llamamos nuestro mestizaje, que con honrosas excepciones se conduce por los caminos derechos de la vida, y es que todos llevamos en nuestro ser el potencial de esa genética retorcida, complementada con una conducta negativa de la sociedad en que vivimos.
Para el caso, los personajes que leen los contadores eléctricos ofrecen cobrar una cantidad disminuida si se les paga una cantidad mensual que va para sus bolsillos. El hombre que maneja la maquinaria que arregla los caminos reduce el número de horas trabajadas si se le paga una cantidad apropiada para su persona, sin emitir recibo alguno. A la señora que se le dio un solar de mil varas cuadradas para que construyera su casa, avanzó las cercas y se posesionó de dos manzanas y media. En fin, el cuento sería largo y aburrido, pero el acto de corrupción está allí, como la expresión genética heredada y ampliada.
Los hondureños conscientes saben que hay que luchar contra la corrupción y la impunidad, y el tema se ha generalizado tanto que ahora hasta los corruptos hablan de luchar contra ese mal. Como decía Don Quijote “Cosas Veredes, Sancho amigo”. El hecho es que en los últimos meses ha existido en los aprendices a políticos y en los círculos de altura, una discusión si queremos una CICIH, copia de la que organizó hace ocho años las Naciones Unidas en el país de “la eterna primavera”, o la que propuso el gobierno de nuestra nación, derivada de un diálogo nacional, conducida por la Organización de Estados Americanos (OEA) y apadrinada por las Naciones Unidas.
En esencia, las dos propuestas traen un coordinador general, magistrados y fiscales que asistirán a los funcionarios nuestros que desempeñan esas funciones; tendrán autonomía, y más que todo educarán a los jueces en la materia de corrupción, ya que muchos de estos con endeble formación universitaria, por conveniencia política, o sencillamente por razones estomacales y en algunos casos por falta de pantalones, no actúan como un verdadero juez debe hacerlo. En el caso de los fiscales existen los mismos argumentos. Muchos togados aducen que además de los factores mencionados hay en los jueces y fiscales, un denominador común de ignorancia y falta de testosterona.
Los jueces extranjeros, lo mismo que los fiscales que serán traídos por la misión de la OEA y las Naciones Unidas, son personajes con muchos conocimientos y vasta experiencia, y podrán como actores independientes, libres de presiones políticas y de las ofertas monetarias de los empresarios y políticos corruptos, identificar y analizar los expedientes de todos esos bribones que a expensas de los dineros del Estado han acumulado riquezas que los han convertido en dones y señores. Será muy difícil que estos doblen sus rodillas ante presiones políticas o monetarias, pues además de tener una formación diferente, vienen al país con una misión específica.
No cabe la menor duda que cualquier trabajo honra, pero el trabajo honrado honra mucho más. Nadie se hace millonario con este último trabajo, pero si no se tienen vicios un hombre o una mujer pueden vivir honestamente del fruto de su trabajo. El consumismo alienta al ser humano a desviarse de los caminos rectos y lo empuja a la avaricia desenfrenada para llenar y engrandecer su propio ego o satisfacer complejos de inferioridad que son rellenados falsamente con objetos materiales que nunca terminan de abolir sus complejos, y generalmente terminan siendo lo que el pueblo llama “burros con pisto”.
Los hondureños todos, así como gritamos al unísono nuestro deseo de acabar con la corrupción y la impunidad, debemos forzosamente hacernos una autoevaluacion para ver si tenemos la calidad moral de levantar el dedo y señalar a los demás. La lucha por cultivar la honradez debe ser individual y colectiva para que la nación entera haga un alto definitivo a esa conducta anormal que nos mantiene en la pobreza y la desesperanza. Querer es poder.
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