LO TOMA O LO DEJA

LO TOMA O LO DEJA


Editorial La Tribuna

LA desgracia para los países acabados de estas regiones es el pecado de ser tercermundistas. Aunque la carencia no implica falta alguna. Hasta lo menos puede ser merecedor de orgullo. El problema es otro. Es la falta de aprecio al patrimonio inherente, cualquiera que este sea. Padecen de poca autoestima –como la dependencia ha sido perpetua vocación– sujetos al manoseo de afuera; aceptada semejante afrenta como si fuera la cosa más natural del mundo. Incluso, al extremo, que hay más confianza en los extranjeros –a los que llaman a arreglar cosas internas que debieran ser obligación exclusiva de nacionales–despreciando la capacidad de los hondureños. Lo foráneo presume gozar de credibilidad, mientras lo de adentro se considera dudoso. Lo ajeno es lo valioso; lo propio se descalifica como inútil.
Por ese poco afecto a las habilidades domésticas, al talento autóctono, se consiente que forasteros hagan y deshagan como en su propio patio. A nadie asombra la injerencia, a ratos más bien se solicita. Estos son lugares propicios para la experimentación de los prestamistas internacionales que utilizan al pobre pueblo pobre como laboratorio. Para ensayar fórmulas, hipótesis y experimentos. Sin que interese mucho el bienestar de la gente o la manera cómo pociones inducidas puedan afectar a las grandes mayorías necesitadas o hasta desquiciar la estabilidad política del país. Aquí, por ejemplo, los dueños de ese dinero que el país ocupa –como masivas transfusiones de sangre– para subsistir, imponen su capricho. Ajustes ofrecidos como recomendaciones –o los toman o los dejan– exigidos a cambio de seguir prestando. Como colateral al certificado de buena conducta que extienden. Para no quitarle al paciente –en cuidados intensivos– la máscara de oxígeno. Poco importa si la grosera medida afecta a los más pobres o resiente la producción. Si diezma la capacidad del empresariado nacional de recuperar sus abatidas empresas o de reactivar sus raquíticos negocios.
El aludido éxito de la macroeconomía no se fija en la postrada economía popular. Lo que atañe es que les cuadren las cifras a los tecnócratas. Las duras medidas que imponen consisten en asfixiar la demanda de subsistencia de una población sumergida en penas, en dolores y aflicciones. Que huye por falta de trabajo y de oportunidades. Se han ido porque en el transcurso de su azarosa existencia no encontraron en su tierra seguridad para sus familias o trabajo digno para vivir. Acaba de estar una misión del FMI con un cuento que nada tiene que ver con las medidas de contracción que le impusieron al país. Más bien, muy a pesar de estas medidas, es que se percibe cierta mejoría. Por factores exógenos –la recuperación de la economía norteamericana, el incremento de las remesas familiares, la debacle de los precios de crudo y los mejores precios del café en los mercados, por heladas en otros grandes productores–sin menospreciar el esfuerzo gubernamental por dar aliento y revertir situaciones difíciles que ha atravesado el país. La tarea consiste en revisar estos patrones. Con decisiones que estimulen la inversión, que generen empleo, que incentiven la iniciativa privada, que fomenten la inversión pública, que favorezcan el ingreso y alienten la demanda, para que la economía crezca por inercia de la fuerza interna. Ah, y consumir preferentemente lo que el país produce.

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