ESA DOBLEGADA INCLINACIÓN
ESA DOBLEGADA INCLINACIÓN
¿A qué obedecerá esa doblegada inclinación de algunos exigiendo, y a veces hasta implorando, la intervención de entes externos en asuntos privativos de los nacionales? ¿Hasta dónde llega la falta de valoración de lo propio para acreditar tanta prestancia a lo ajeno –con total desdén a lo que el país posee– menospreciando la aptitud, el talento, la capacidad y la integridad de los hondureños? Lo anterior aplica igual a las instituciones que, pese a cualquier esfuerzo por mejorarlas, siempre el incrédulo auditorio buscará manera de desacreditarlas. Con lo anterior no estamos insinuando que el país no deba recurrir a ciertos apoyos internacionales, si ello fuera con miras a asimilar conocimiento de exitosas experiencias de otros lugares y siempre que eso sea complementario, supeditado y no sustitutivo del andamiaje interno.
Nada de malo tiene lo prestado. Solamente que el país debería aspirar al fortalecimiento y a la recuperación de la credibilidad de sus propias instituciones. Tanto porque es cuestión de autoestima fomentar la cultura que los hondureños tenemos capacidad de resolver nuestros problemas. Por pura vergüenza de tanta dependencia. Ese concepto desmerecido de nuestra valía patrimonial, equivale a darse por desahuciado, como si el país, sin la supeditación parasitaria, no tuviese futuro. Qué manía esa de asesinarle al pueblo su moral. De mantenerlo desalentado y descorazonado: Como aquí nada satisface, nada es bueno y nada funciona, nada es recto sino torcido, la súplica es que vengan de afuera a enderezarnos. Qué poco amor al principio de integridad y no injerencia en asuntos internos del país, para pasar anhelando ese manoseo de afuera. Con esa corrosiva falta de estima, ¿cómo esperar que las débiles instituciones puedan redimirse, si a la vez se pretende despojarlas de su facultad de reponerse por su propia inercia? Para rehabilitarse y no depender eternamente de un bastón, hay que empeñarse en una fisioterapia rigurosa, sin perder la confianza en uno mismo y en la capacidad íntima de vencer la adversidad. Es cosa de orgullo individual y de dignidad nacional, valores que ocupamos reivindicar para salir del hoyo. Hay que comenzar por desarmar esa cultivada creencia que aquí todo es cuasi inservible. Eso del “acompañamiento internacional” y de las “veedurías externas” ya forma parte del lenguaje académico acostumbrado que, como exigencia, colocan en las mesas de discusión, induciendo la sospecha en las soluciones nacionales, a no ser que medie la intervención de factores externos o personeros internacionales a los que dispensan virtudes de mayor idoneidad.
Con sobrada razón, entonces, algunas delegaciones que llegan de ciertos lugares –sin alusión alguna a nadie en especial– se sienten tentadas a meter su cuchara en asuntos soberanos. Está bien que asistan o apoyen el fortalecimiento democrático pero no aprovechar la condescendencia del anfitrión para venir a dar pautas o a imponer antojos. Esos son asuntos que solo a los hondureños compete. A veces, las recomendaciones que ofrecen –algunas en tono de exigencias– consisten en encasquetarle al país prácticas copiadas de sus lugares de origen. Sin detenerse a considerar que no hay democracia que sea exacta a otra –por ejemplar que sea el modelo con el que deseen vestir a todos– ya que en cada país el proceso se desarrolla conforme a sus propias circunstancias históricas, sus peculiaridades intrínsecas, las realidades nacionales, su idiosincrasia, su madurez política, entre otras consideraciones.
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