"Uñudos" y derrocados
"Uñudos" y derrocados
Editorial La Tribuna
LA corrupción pública es una peste inveterada que corroe hasta el tuétano de los huesos de las naciones dilapidadas. Que roba recursos de los programas sociales y económicos, de la lucha contra la pobreza y la inseguridad, que a gritos imploran estos países acabados. Por ello es imperativo que haya un compromiso de combatirla hasta erradicarla. Alegra que en uno de los países vecinos caiga uno de esos uñudos. (Abriendo la puerta a que llegue un cómico “outsider”). Complace que aquí eso sea bandera de grupos cívicos, de jóvenes valiosos, que se manifiesten por el adecentamiento público y privado, la transparencia en el manejo de las finanzas, el destierro de las coimas y de contribuciones políticas “pañusas”, o el contubernio con el narcotráfico, sin dejar que sus ideales sean manipulados por políticos recusables que empañen la causa. Dicho lo anterior es preciso que el amable auditorio se haga la siguiente reflexión ¿Por qué será que eso de la corrupción, solo sea tema de desprestigio para tumbar regímenes de tendencias centristas o de derecha en países latinoamericanos? Además aliados del “imperio”.
¿Es que la corrupción no existe en esas caricaturas democráticas donde eternizan autócratas –compañeros de viaje– del otro extremo del espectro político? Solo es aquí donde, por la desconfianza en los sistemas de justicia, sea menester encaramarles intervenciones foráneas para dizque arreglar lo que los nacionales no pueden hacer; no solo hay que aceptar eso complacientemente sino aplaudirlo y, vaya ironía, hasta pedirlo. Todas esas ilusiones de la soberanía, del orgullo nacional son quimera. La intervención que suplanta las instituciones nacionales obligando a aceptar instancias supranacionales, es impuesta por la cooperación, por culpa de esa miserable dependencia, y aceptada con algarabía localmente una vez que se admite la inutilidad de los nacidos en el país en la solución de los problemas internos. Una tácita aceptación de impotencia nacional, donde algún día va a desearse que, de un solo, nombren de afuera los gobiernos. Dado que lo creíble es lo ajeno y la desconfianza es en lo propio. La preocupación por la corrupción debería ser pareja. Sin embargo a nadie inquieta, ¿por qué allá a las autocracias ñurdas no les mandan Cicigs a intervenir sistemas de justicia controlados totalmente por el único poder que manda? ¿Allá donde el sistema judicial, al capricho del mandamás, más bien sirve para perseguir a la oposición política, violar los derechos humanos, callar periodistas, arruinar medios de comunicación independientes, encarcelar enemigos y desterrar antagonistas? ¿Qué papel juega la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, o la misma OEA y hasta la ONU en esas latitudes? Si ni las invitan a observar los procesos electorales, menos que las ocupen para otra cosa.
La razón por la cual allá son tan celosos de estas cosas de la no injerencia, es porque el escudo es atacar al “imperialismo” –como estrategia populista, mientras lo culpan junto a los “oligarcas”, a los empresarios y a los que algo tienen, de todos los problemas internos que padecen– pero igual, por orgullo nacional a que extraños vayan allá a meter sus narices a manosearlos. (Con excepción de los cubanos). Ya ratos hace que se dieron cuenta que esas son banderas usadas para desestabilizar gobiernos y botar a quien incomode. Así que la misión es insultar hasta la saciedad al inquisidor, e inflamar el sentimiento nacionalista. Fuera manos de esos países. Allí se hace lo que se quiere, se puede hurtar a manos llenas, pero eso no debe ser óbice para que tengan que congeniar con todos ellos. Entre más malcriados se portan más los chinean. Ahora recientemente cuando uno de ellos amenazó arruinarle a Obama la Cumbre de las Américas enviaron a uno de sus gurús de pacificador para calmarlo. Su compinche del legislativo tiene un costal de acusaciones pendientes que seguramente no van a prosperar como a ningún otro han tumbado en ninguno de esos países ni por cuestiones probadas de dineros mal habidos o de dudosa procedencia ¿Cuántos de esos uñudos de allá han caído por cargos de corrupción, pese a que manejan programas estatales completos –como caja chica y chequera en blanco– para hacer y deshacer y, de paso, comprar conciencias? El tema de la detestable corrupción –que volvemos a insistir, hay que combatir hasta extirpar– ¿Por qué solo sirve para “desburrungar” dictadores o demócratas de derecha, pero no a los autócratas del otro bando? La cuenta es larga de acá –suma con la rendición del general “mano dura” y no tardan en pescar a Martinelli, a Paco, para que purguen pecados como “pollo ronco” y Menen; Serrano, Estrada Cabrera, Somoza, Collor de Mello, De la Rua, “el loco” Bucaram, Fujimori, Sánchez de Lozada, Jamil, Cubas, Lucio Gutiérrez y el “prócer” Carlos Andrés Pérez –pero escuálida– con excepción del tunante Lugo –de allá–. Como para dar a entender que las democracias latinoamericanas no tienen líderes morales.
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