El vencedor de la muerte de Praga



El vencedor de la muerte de Praga

Por Dagoberto Espinoza Murra

Praga -die goldene stadt (ciudad dorada) de los alemanes- es la capital de la República Checa y también lo fue de la hoy desintegrada Checoslovaquia. Fundada a mediados del primer milenio de nuestra era, consta de amplias avenidas, vistosos edificios e históricos puentes que le dan el encanto de una ciudad donde se conjuga lo antiguo y lo moderno.

En un recorrido por la parte histórica no se puede dejar de visitar el Castillo, sólida estructura en la que se puede apreciar el esplendor de la catedral de San Vito. A su alrededor vale la pena caminar por el callejón del Oro y la Alquimia y detenerse en una de las habitaciones que ocupó el famoso escritor Frank Kafka, para leer y escribir algunas de sus conocidas obras. Ya bajando para el centro de la ciudad y tomar el tranvía eléctrico, se camina por una calle adoquinada que tiene el sugestivo nombre de Neruda, en memoria del escritor checo Jean Neruda, que también fue periodista, cuentista y poeta. Pablo Neruda, el mundialmente conocido y admirado poeta chileno, tomó ese apellido y lo incorporó a su pseudónimo después de haber leído al autor checo. Descendiendo se llega a la iglesia Nuestra Señora de la Victoria, donde se encuentra la efigie del Niño Jesús de Praga, bajo el cuidado de la Orden Carmelita. Esta imagen -de tanta veneración en América Latina- fue el obsequio de un matrimonio español a una distinguida dama checa.
Otro sitio que no se puede dejar de visitar es el barrio judío. Sus sinagogas y sus viejas construcciones nos hablan de un pasado lleno de fe y sabiduría. Al retirarnos de ese memorable recinto vimos, en la esquina de un edificio, una escultura representando a un hombre. ¿Y esto qué es? -pregunté. “Es en memoria del vencedor de la muerte”- obtuve como respuesta.

Para comprender al vencedor de la “muerte” hay que recordar los estragos que hizo la peste en toda Europa a mediados del milenio pasado. En algunas poblaciones un tercio de los habitantes perdieron la vida. Los campos quedaron desolados. En carretas tiradas por bueyes eran conducidos, apilados, los cadáveres, muchos de los cuales ni siquiera fueron enterrados. Los médicos se contagiaban al tratar a los enfermos y los sacerdotes rehuían brindar los santos oleos a los moribundos. Muchos clérigos optaron por enclaustrarse, considerando a la enfermedad como castigo divino. Bubones llenos de pus se observaban en el cuello, las axilas y las ingles de los enfermos.

Pero un personaje, RABÍ, se atrevió a arrebatarle la lista de las próximas víctimas que la parca llevaba en sus manos y así cesó, casi de inmediato, el deceso de los habitantes. Rabí evadió a la muerte por muchos años, llegando a vivir casi un siglo. Como religioso visitaba templos y en una ocasión se salvó al ver cómo se desplomaba el techo; saltó y avisó a otros asistentes. La “muerte” se enfadó y le tendió diferentes trampas. En otra ocasión Rabí percibió cómo salía humo de la madera del fuerte techo del templo y, advirtiendo a los feligreses, se salvaron de morir quemados. La vieja Átropos se enfureció por sus fallidos intentos, pero no abandonó su plan de cortar el hilo de la vida de aquel ingenioso luchador.

Ya cansada la “muerte” dispuso visitar al sentenciado mientras este dormía. La parca revisó unas anotaciones en un cuaderno de trabajo y encontró estas palabras que llamaron su atención: “El hombre, por siglos, ha admirado la belleza femenina y el perfume de las flores. No puedo hacer más bella a una mujer, pero sí lograr los más sutiles aromas de las rosas”. Por semanas meditó la parca y al fin encontró la fórmula para deshacerse de aquel atrevido que rehuía abandonar este mundo. Escogió a la más bella de las jóvenes de la ciudad y le pidió llevar a Rabí, en el día de su cumpleaños, un manojo de flores, en el que sobresalía una hermosa rosa roja, a la que había rociado un sutil veneno.

La joven se presentó a la casa del venerable maestro e hizo entrega del ramillete. Sorprendido por el obsequio de la risueña joven, tomó en sus manos la más hermosa flor e inhaló profundamente su perfume. En presencia de la agraciada doncella, Rabí se desmayó y momentos después las campanas de todos los templos anunciaban la muerte de quien se había atrevido arrebatarle la lista a la despiadada parca en los tiempos de la peste bubónica de Praga.

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