Diálogo indirecto con Goethe



Diálogo indirecto con Goethe

Por Segisfredo Infante

Al fin he decidido, después de tantos años, comenzar a hojear una especie de voluminosa biografía de Johann Wolfgan von Goethe (1749-1832), escrita por Peter Eckermann. Quizás lo hago por tres razones: La primera es que se trata de uno de mis escritores más respetados y queridos desde que era un muchacho. No recuerdo si de mi primera o de mi segunda juventudes. (La segunda juventud es la de los años veintes, de cada individuo más o menos racional). Otra razón entra en ligamen con mi actual estatuto otoñal, cargado de problemas de salud y de otras falencias concomitantes, que me conllevan a observar la vida y el mundo desde una perspectiva amplia, rica pero trunca, bastante análoga a la del señor Goethe, en una extraña mezcla de optimismos y profundos desencantos. La tercera razón consiste en que desde mi punto de vista personal, Goethe era un filósofo diríamos que genuino, que nunca desarrolló ninguna teoría filosófica, ni mucho menos un sistema cerrado, por haber “caído” atrapado en los brazos encantadores de las musas literarias, especialmente de la poesía, la novela y el teatro, con el mayor de los éxitos posibles. Un clásico moderno en el pleno sentido del término.

Decía el controversial don Miguel de Unamuno que hay cosas que “de puro sabido se olvidan”. Tal pareciera ser mi caso con el gran escritor alemán.

Digo “pareciera” en tanto en cuanto he citado su nombre en veintenas de artículos y ensayos a lo largo de mi azarosa y a veces precaria existencia.

Incluso lo mencioné, de la mejor manera posible, en un artículo bastante dubitativo relacionado con un libro del filósofo español-estadounidense contemporáneo, ya fallecido, don George Santayana, que en inglés lleva por título: “Three Philosophical Poets: Lucretius, Dante, and Goethe”. De los tres grandes poetas trabajados por Santayana, sólo el señor Goethe me parece un filósofo desperdiciado, en tanto que nunca pudo liberarse del canto de las musas y sirenas, y de cierta tendencia cientificista, que es más propia, que quede constancia, de los epistemólogos que de los literatos. En cuanto a Santayana deseo subrayar que me unen algunas cosas esenciales con este filósofo norteamericano-español, que supo imprimir realce a una especie de edad de oro en la filosofía de la Universidad de Harvard, en una sociedad por demás admirable, que hoy por hoy pareciera como lejana de todo pensamiento trascendente de alcance universal. Pero este es un tema que he conversado con mis amigos Josué Danilo Molina y Wilder Guerrero.

A propósito de diálogos recuerdo haber conversado muchas veces sobre la obra principal de Wolfgan von Goethe, con mi gran amigo (casi mi maestro natural y padre adoptivo) el poeta y ensayista ya fallecido don Roque Ochoa Hidalgo. De lo primero que conversamos, en repetidas tardes de vino, café y música clásica, fue de la bellísima novela “Los trabajos del joven Werther” (1774), una novela de juventud goetheana. Después nos detuvimos a analizar los momentos más profundos de la obra dramática “Fausto”, publicada por el autor en dos partes. Al “Fausto” conflictivo siempre retornaré, en tanto que el padre YAVÉ y la salud me lo permitan. Frente a Roque Ochoa Hidalgo, que era un hombre maduro y entrado en años, mientras yo era un simple muchacho, asumí, por respeto y por prudencia, la actitud socrática de casi no saber nada de nada, especialmente en lo que concierne a los filósofos existencialistas y de la “existencia”. La misma actitud que asumí, recientemente, en una humilde charla sobre la vida enigmática y la posible obra de Sócrates, frente a un grupo de invitados de varias logias masónicas respetables, y de amigos y parientes católicos cristianos (y de algunos agnósticos) de Tegucigalpa.

Mis diálogos indirectos con el autor del “Fausto” y de cierta teoría de la luz, casi nada tienen que ver con el libro “Conversaciones con Goethe” del erudito Eckermann, pues apenas he comenzado, lo repito, a hojear su voluminoso texto, aunque siempre lo he tenido cerca de mis manos. Supongo que de haberlo conocido en forma personal me hubiese ocurrido la experiencia del poeta, judío-alemán, Heinrich Heine (1797-1856), que se puso nervioso por nunca encontrar la mejor manera de iniciar una conversación con el genial Von Goethe, quien era respetado por el mismo filósofo Guillermo Hegel. Imagino que tal nerviosismo y timidez domesticada podría ocurrirme de presentarse la ocasión de conversar con el filósofo y filólogo actual don Bruno Rosario Candelier, y su grupo de amigos interioristas. He aquí mi primera grada en dirección al pensamiento poético y dramático de Johann Wolfgan von Goethe, como también la coloqué sobre el tema del “Barroco”.

Comentarios

Entradas populares