¿Qué está pensando el hondureño?

¿Qué está pensando el hondureño?

Por: Segisfredo Infante
En este artículo evitaremos, en la medida de lo posible, los temas coyunturales que suelen arremolinarse en las semanas electorales. Sin olvidar, desde luego, que vivimos y coexistimos en tiempos de coyuntura, transitorios al final de la tarde. Trataremos, más bien, de retornar al viejo y delicioso tema del hondureño como una entidad genética, cultural, histórica, psicológica, económica y política, que “en otros tiempos y mejores días” abordábamos desde los entramados filosóficos de Ortega y Gasset, y de Julián Marías, para sólo mencionar dos autores. Así que el presente artículo es eminentemente intelectual y bibliográfico, como si fuera una especie de prefacio para un prefacio, dados los límites espaciales, aun cuando “En Honduras no se entiende lo que es ser un intelectual”, según lo expresé en una entrevista que me hizo el periodista Alex Flores Bonilla, el sábado siete de septiembre del año 2013, publicada en un suplemento de un rotativo capitalino.

Para empezar debo reconocer que este tema específico me fue sugerido por un amigo representante de “sociedad civil”. Tema familiar si recordamos los múltiples artículos y ensayos que he publicado en los años ochentas y noventas del siglo próximo pasado, y que se me han extraviado en medio de los archivos “innumerables”. Asimismo debo retomar la noción que el hondureño, en primera instancia, piensa y a veces razona desde su propio “mestizaje”, un concepto que algunos autores mestizos han pretendido sociológicamente desvalorizar, o anular, por su misma condición de mestizos y mulatos, desperdigados en distintos puntos del planeta, que se niegan a mirarse en el espejo. Pero cuando hablamos del mestizaje en general no estamos, de ningún modo, centrándonos en el color de la piel ni tampoco en las características del cabello de los individuos sino que, en el caso particular de Honduras y de otros países de América Latina, hablamos del mestizaje (y “mulataje” como han agregado los historiadores costarricenses más jóvenes) desde el laberíntico punto de vista etno-histórico y cultural, en tanto en cuanto que el mestizaje implica una problemática histórica y psicológica profunda, que los “entes” hondureños han tratado de rehuir durante casi dos siglos de zigzagueante vida republicana.

Aparte de ello el hondureño sobresaliente es un enigma identitario. Y lo digo en el sentido positivo, como cuando me he referido, en algunas conferencias del presente año, a la personalidad enigmática de Sócrates, el filósofo moralista por excelencia, que era feo físicamente, pero genial como pocos, y que fue envidiado, y perseguido, hasta dar náuseas, por algunos de los mismos “demócratas” y supuestos intelectuales atenienses. En tal sentido sugiero el artículo “Trilogía Occidental” de Martín R. Mejía, publicado en la Revista Histórico-Filosófica “Búho del Atardecer” número 16, correspondiente a los meses de septiembre-octubre del 2017. De tal suerte que resulta muy difícil averiguar qué cosa está pensando el hondureño en general, y el hondureño talentoso en particular, por aquello de las complejidades que se anudan en torno de la pobreza material y de los complejos de inferioridad generados por “el mestizaje” más íntimo, cuando evitamos asumirlo con dignidad, con humildad domesticada pero también con orgullo nacional.

Hablamos aquí del “ente hondureño” porque utilizamos la diferencia que supo introducir, genialmente, el controvertido filósofo contemporáneo alemán Martin Heidegger, al separar un poco “el ser del ente”, como algo que brumosamente el genial Aristóteles nunca pudo separar del todo. Es decir, para traer las cosas a nuestro terruño, el hondureño jamás se ha preguntado por el ser más íntimo de su propia identidad mestiza. Tampoco ha reconocido las virtudes que al final de la tarde poseen los buenos hondureños. Aquí sólo destacamos los defectos por una mala ostentación internacional, por inmadurez societaria, por ambiciones personales extremas y por complejos de inferioridad. Aquí se acorrala a la gente realmente talentosa y honesta que puede crear opinión propia, sin perder de vista los valores universales que han aportado las sociedades del “Oriente” y del “Occidente”. El acorralamiento se opera ya sea por la vía de la exclusión social y económica; o por la vía del ninguneo pedante, y la calumnia. Lo más triste en que en tal actividad ociosa, visceral y tramposa, contribuyen algunos “intelectuales”, como en los tiempos de Sócrates.

Una pregunta central es cómo piensa el hondureño de clase media, el cual ejerce influencias hacia los que están “arriba” y hacia los que están “abajo”. Sin descartar, en este punto, que aquí “pensamos” con “el estómago” por aquello del desempleo y de las horrendas precariedades económicas, la verdad es que el hombre talentoso de clase media tiene otras perspectivas universales, a pesar de sentirse impotente, o “íngrimo” como decía Rafael Heliodoro Valle, frente a los acorralamientos aludidos. Decayendo un poco en lo coyuntural, habría que preguntarse qué piensa el “voto oculto” del hondureño frente a cada proceso electoral. Las graves preguntas centrales están formuladas, y las respuestas merecen recapitulaciones conceptuales y nuevas indagaciones imparciales.

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