Pasión y crispación política
Pasión y crispación política
Por Juan Ramón Martínez
Desde el principio, anticipamos que la campaña electoral, en la medida que pasaran los días, se tornaría apasionada, sectaria; e incluso, descalificadora. De unos en para los otros. Por ello, no nos extrañamos de lo que ha pasado hasta ahora, porque solo se trata de palabras. Confiando que se mantendrá en este espacio, sin llegar a las acciones de daño de unos en contra de otros. En la creencia que los políticos hondureños, en términos generales -al margen de las excepciones que siempre se dan- no perderían de vista, cuál es la visión que tiene el electorado; de ellos y las preferencias del mismo con respecto a los líderes pacíficos y ordenados, frente a los violentos administradores de bajas pasiones y locutores de tormentas.
El electorado no quiere la violencia. Históricamente la ha rechazado. Los participaciones en las revueltas que se dieron en el pasado, fueron obligadas. O acciones minoritarias, de personas acostumbradas a la rapiña que, encontraban en la guerra, la oportunidad para salir de pobres. Ahora está, el bochinche, el atentado; o las tomas de las calles, no tienen atractivos. Excepto por las pagas de unos pocos lempiras que, le sirven a los desesperados, para palear el desempleo. O los que vienen del extranjero, para hacer bulto en las protestas callejeras. Lo que no quiere decir que, podamos anticipar, en qué momento todo esto, se venga abajo. Y las pasiones reprimidas, se desborden iracundas.
Partiendo del hecho que hay condiciones objetivas para la violencia, los políticos no deben confiarse. Y, menos, olvidar sus responsabilidades. Especialmente las referidas al mantenimiento de la paz nacional; la convivencia armónica entre la población; la unidad de la familia hondureña, y la seguridad que Honduras, teniendo a su alrededor enemigos potenciales que, solo esperan las coyunturas, para imponernos su voluntad. Por ello, tienen que hacer de la política, un espacio educativo en el que, los ciudadanos tomen conciencia de la situación que viven para, desde allí, valorar la calidad de las propuestas que cada candidato hace, con el fin de transformarla, de modo que podamos hacer factible, el mejoramiento de las condiciones de vida de la población, atrapada en las garras de la pobreza.
Los candidatos deben evitar caer en el infantilismo de creer, que los problemas se resolverán, con solo que salgan unos, para que los sustituyan los otros. Y que solo ellos, son los únicos que pueden resolverlos, autocalificándose como mesías enviados por Dios, para salvarnos de las desgracias que atravesamos. Sabemos que puede lucir que somos un poco inocentes, cuando pedimos humildad a los candidatos, cuando la política es el ejercicio de la arrogancia y los egos desmesurados. Nos corremos el riesgo.
En dirección a conocer la situación, para desde allí, plantear alternativas de solución en la que todos tenemos que ser parte -tanto los que ganen las elecciones como quienes las “pierdan- hay que reconocer hidalgamente que: a) necesitamos urgentemente reparar los daños que el sistema democrático ha sufrido, desde hace muchos años, al extremo que, si somos realistas, reconocer que no tenemos una democracia real y efectiva; existiendo tan solo leves balbuceos o tendencias que podemos aprovechar para buscar consolidarlas; b) carecemos de un sistema capitalista; lo que opera, es un mercantilismo preliminar, que no permite la libertad económico, que favorece los monopolios, rechaza la competencia e impide el crecimiento económico. Lo que existe es, una mezcla de mercantilismo y “capitalismo de compadres” que, alimenta la corrupción; c) el sistema educativo se ha deteriorado de forma que, no sirve para forjar la sociedad que necesitamos, con que enfrentar los retos que enfrentamos; y que si no lo hacemos, pueden destruirnos y d) hay que eliminar la corrupción, no con mentiras; ni mucho menos, con la intervención externa lidereándola. Requerimos fortalecer las instituciones. Desde el respeto de las mismas, eliminar el caudillismo; asegurar la propiedad privada, y garantizar la seguridad jurídica, para que los inversionistas sepan que, nadie le quitará sus bienes, excepto que incurran en violaciones a la ley. Y después que lo decidan los jueces.
Es lo que queremos que atiendan los políticos. No con palabras, retos o descalificaciones, sino que, con propuestas, que nos permitan un nuevo relato nacional, un orden imaginado más completo, y un comportamiento general, serio y responsable.
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