Somos lo que hacemos para serlo
Somos lo que hacemos para serlo
Por: PG. Nieto
Asesor y profesor CISI
Asesor y profesor CISI
En inteligencia, cuando se trabajan los perfiles de las personas se valora lo que son y cómo llegaron a la posición que ostentan. Un axioma establece: “Según soy quiero. Según quiero hago. Según hago soy”. Pareciera que se trata de tres sectores de una noria y siempre regresamos al punto de partida. No es cierto, estamos en una espiral vivencial que cada cierto tiempo pasa por el mismo eje de coordenadas pero desde realidades distintas. El punto de quiebre radica en el segundo postulado: “Según quiero hago”. Eso es lo que nos transforma porque modifica nuestros valores, creencias y ética. Si para obtener un objetivo, material o de cualquier tipo, hago cosas fuera del marco legal o en contra de mis principios, estaré alterando mi integridad y cambiando como persona. Lo diré de una tercera manera: el fin -aunque sea lícito- no puede justificar cualquier medio, y menos si este es ilegal.
Cuando observamos en las campañas políticas a candidatos que se gastan en publicidad y parafernalias lo que nunca podrán recuperar con el sueldo que ganen como servidores públicos; cuando comprobamos que hay políticos que tras abandonar sus curules han aumentado de manera escandalosa su patrimonio personal y familiar…, algo huele a podrido y la génesis se llama debilidad del marco legal y constitucional, lo que permite y alienta la corrupción. Nadie nace malvado, corrupto e inmoral. Hay una primera vez en la que se cruza la raya, por iniciativa propia o inducidos por alguien de “la casta” que nos ofrece una oportunidad “inocente” de mejorar el nivel económico y social. Un puesto de trabajo de confianza desde donde “ellos” puedan extender su influencia y gangrena. Al final terminamos por sustituir a Dios por el becerro de oro.
Casta es sinónimo de ascendencia, élite, grupo social especial y reducido que persigue el control de los recursos. Es el auténtico poder en la sombra, por encima de cualquier otro. Se trata del poder económico, integrado por banqueros, empresarios y políticos que terminan por ocupar o extender su influencia sobre las estructuras generadoras de la riqueza del país. El segundo poder son los medios de comunicación, desde donde se crean y manipulan los estados de opinión. En tercer lugar se encuentran los poderes del Estado. “La casta” se posiciona en todo este marco referenciado.
Cuando cada mañana estos dioses terrenales se levantan de la cama y se miran al espejo ¿qué verán? En el evangelio de Mateo 23:27, Jesús les denomina “sepulcros blanqueados”. Hay una demoledora frase del Papa Francisco: “No he visto ningún cortejo fúnebre que detrás del ataúd vaya el camión de la mudanza”. Estos depredadores de la democracia no asimilan el concepto budista de la “impermanencia”. No entienden que no podemos añadir un solo segundo a la vida, pero la sacrifican por acaparar más poder y dinero. La paradoja es que estas élites terminan por controlar la estabilidad, el desarrollo y el futuro de la nación, de cualquier nación.
El doctor Edmundo Orellana, en una entrevista reciente, argumentó con autoridad que la institución más corrupta de Honduras es el Congreso Nacional. Hace unos días en televisión, el exdiputado y exasesor presidencial Marvin Ponce recordaba su pasado parlamentario, cuando algunos diputados -no dio nombres evidentemente- pasaban por un despacho recogiendo las coimas por sus “aportes a la democracia”. Hemos sido testigos de actuaciones recientes del Congreso Nacional en la línea de ambas declaraciones. Por ejemplo: la manera “pirata” de introducir el artículo 335-B en las reformas penales cuando ya estaban aprobadas; o el fraude de ley, empleado para modificar a la baja las penas por los delitos de corrupción, lo que provocó un revuelo social obligando a “la casta” a enviar voceros ante los medios para justificar que: “hay que adecuar las penas a la realidad que vivimos”. Escuchar esto ofende la dignidad humana.
El Banco Mundial determinó que en el 2016 el 66% de la población vivía en la pobreza, y de ese porcentaje uno de cada cinco en extrema pobreza. Los políticos corruptos -con sentencia firme- deberían ir directamente a la Tolva, quedar inhabilitados de por vida y sus bienes subastados para resarcir al erario. Señores diputados, eso sería “estar en consonancia con la realidad de pobreza que vive el 66% de los hondureños”. Así se termina con la corrupción.
Está claro que después de 35 años de democracia tenemos un marco legal donde “la casta” se siente como pez en el agua, lo cual es lógico porque ellos lo diseñaron y controlan. ¿Hasta cuándo? La primera vez que el político “pirata” nos engaña y le votamos, la culpa es suya, pero la segunda vez la culpa es solo nuestra. ¿Entonces, de qué nos quejamos? Tenemos la democracia y los políticos que escogemos. No lo olvidemos cuando vayamos a votar.
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