Antorchas, alternabilidad y oposiciòn

Antorchas, alternabilidad y oposiciòn
Editorial La Tribuna




ESTUVIMOS tentados a no escribir sobre este tema por diversas razones. Dudamos que los dirigentes políticos –aparte del numen de su prosaica inspiración o el destello de espejismos con que se engañan–quieran escuchar realidades y menos consejos. Tienen su criterio formado –alérgico a la rectificación pese a los resultados adversos– aparte que los sermones fastidian. Así que esto es como arar en el mar. Dudamos que valga la pena intentar penetrar esa densa neblina. No hay espacio para el debate racional. El conflicto aquel instigó odios obstinados que lejos de apaciguarse –siquiera para dar al alma serenidad cristiana– resurgen tonificados después de la tregua. Toda esa supuesta reconciliación solo fue para reagruparse y volver a la carga con mayor insidia. Nada pensando en Honduras o en la solución de los enormes problemas que afligen al pobre pueblo pobre. Quien procure ofrecer cordura o patriotismo llamando a cargar unidos la pesada cruz que el pueblo lleva a cuestas sobre su adolorida espalda, cae víctima de rabiosos ataques. Ahora las redes sociales –si bien la inmensa mayoría de usuarios las utiliza como instrumento sano de entretenimiento y comunicación– sirven a un grupito de fanáticos ociosos, prendido todo el día, desahogando su ira, inventando, calumniando y descalificando.
Triste que no haya mayor raciocinio en la clase política –ni visión alguna– para entender que el país ni remotamente ha salido de su crisis y de no retomar la agenda nacional de los problemas que afligen al pueblo, es botar valioso tiempo otra vez. Tantos años desperdiciados en conflictos inútiles para volver a caer en lo mismo. En la parálisis anímica y administrativa que no deja avanzar. Incapaces, por estar inmersos en esta reyerta de intereses políticos mezquinos, de enfrentar las amenazas que asechan y encarar la montaña de retos pendientes. Continuar así es cavar más profundo el hoyo insondable del que no hemos podido salir. La democracia exige una oposición consecuente con los intereses nacionales. No algo montado para destruir la frágil institucionalidad que nos queda. Es urgente que haya oposición. No hay democracia sin contrapeso a los abusos. Sin embargo por las vísperas pareciera ser que la oposición política se ha agotado por vacío de liderazgos. Cada vez crece más un sentimiento antisistema. Los inconformes no encuentran a donde recurrir. La única oposición rescatable que hemos visto recientemente es la de los jóvenes indignados, la que iniciaron originalmente con ese refulgente movimiento de las antorchas que, los mismos bandos políticos –extenuados de fuerza y de ideas ilusionantes para convocar militancia– han tratado de contaminar.
La oposición no es solo de proferir malas palabras contra los que están mandando. La oposición no es de arrebatos. No es de apropiarse de banderas ajenas a falta de ingenio para enarbolar las propias. La gente ya se cansó de lo común. De lo pedestre. Y la democracia –para capear la anarquía– todavía ocupa de los partidos históricos. Uno de ellos, el Partido Liberal, que debería ejercer oposición con sentido creativo. No como vagón de cola de otros grupos o manoseada por dirigencias ajenas ya en decadencia. Nadie va a ver una luz de esperanza, como para querer afiliarse a una institución política que llega con horas atrasadas del reloj a sumarse de último a la vorágine popular. Que no consigue unificarse y acaba en reyerta interna; desguazándose unos con otros. La gente lo que quiere es alistarse con quien ofrece promesa de futuro. Con el que hace propuestas que motiven, que entusiasmen, donde haya liderazgos carismáticos que infundan confianza y esperanza. A la bancada de ese partido de oposición le hicimos una sugerencia para que en forma independiente –no abajo ni a tuto– tomara la vanguardia enarbolando su propia bandera. Presentar, para comenzar, un proyecto en el Congreso, digamos, para otorgar personalidad jurídica a ese movimiento de indignados que anda en las calles pacíficamente, como símbolo de la impotencia que –por tantas penas acumuladas– siente la ciudadanía. Propusimos eso y nada pasó. La oposición es organizarse, trazar estrategia –no andar al garete– instalar una escuela de liderazgo y capacitación política que atraiga jóvenes y a nuevos electores. No es cosa de solo unirse al coro de disgusto contra el régimen de turno. Se trata de capacidad de convocar –como partido independiente, que no vaya a la zaga de ningún otro, seguro de su posibilidad de ganar– con planteamientos, iniciativas y horizontes de promesa que convenzan a los miles de incrédulos que allí está la alternabilidad política que han estado esperando.

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