Tres pistolitas

TRES PISTOLITAS


OTRA ley de control, tenencia y registro de armas, municiones, explosivos y materiales relacionados. Como novedad del nuevo parto ahora los hondureños –en vez de registrar cinco, como autorizaba la ley anterior– solo podrán ser propietarios de tres armas de fuego y deberán portar solamente una, de lo contrario se exponen a sanciones penales. Otra ocurrencia es que los compradores tienen que someterse a “pruebas psicológicas” antes de adquirir el artefacto. Seguramente los primeros que serán llamados, para que se presenten, en fila india, a practicarse los exámenes de psicólogos y psiquiatras, serán los miembros de las maras y del crimen organizado. Si no logran que acudan los facinerosos de nada sirven las disposiciones, porque son estos los que cometen la mayor parte de los asesinatos que se registran a diario en todo el país. Dicho sea de paso, los delincuentes no portan armas registradas ni las compran en La Armería, sino que las adquieren en forma clandestina.
Mientras la nutrida infraestructura del delito está dotada de pesada artillería, como para armar un ejército, al ciudadano común y corriente solamente le permitirán adquirir 3 pistolitas. Que no exceda el calibre 22 y el 38 porque las 45 y las 9 milímetros son escuadras que también están prohibidas. Solo a manera de ejemplo. Un empresario, de esos que ocupan protección, que desde ahora sepa que solo puede portar un revólver en su vehículo para que se lo turnen la media docena de guardaespaldas que lo cuidan, porque si lo agarran con las tres armas de fuego que compró se expone a “fuertes sanciones penales”. La vaina de esto, que ni lo quiera la virgen, sería si de pronto se ve expuesto a un incidente de esos que ocurren por decenas todos los días y es abordado por un grupo de forajidos, con ánimo de hacerle daño. Mientras estos sacan sus AK-47 y sus metralletas automáticas y semiautomáticas, los guardaespaldas tendrán que ingeniárselas para repeler la agresión alternándose la pistolita de 6 tiritos. Quizás los otros, con palos y cachiporras –hay que andar machetes– logren valientemente enfrentar la adversidad para salvar al patrón.
Como aquí creen que legislando resuelven los problemas, no hay que dejar de felicitar a los proponentes de esas reformas a la ley. Ya estuvo, una vez entren en vigencia, fin a la violencia. Lástima que con esos remedios cosméticos –parecidos a la otra genial ocurrencia del desarme general– terminan desarmando y dejando indefensos a los ciudadanos que tienen sus armas para protección personal, de sus familias, de sus hogares o de sus negocios. Nos preguntábamos ayer. ¿Cuántos de los espeluznantes crímenes se cometen con armas registradas? ¿A cuántos de esos encostalados que encuentran regados en las calles, o a esos cadáveres tendidos en los potreros, los mataron con armas obtenidas legalmente? Si la mayor parte de esos pavorosos asesinatos se cometen con armas clandestinas, no registradas. ¿O creen que el crimen organizado, las “maras” y los delincuentes van a ir a las postas de policía, a los batallones o a los lugares de registro, a reportar las armas que tienen? La ley es para el ciudadano honesto que intenta cumplirla. ¿Cómo hacen los propietarios de negocios que ocupan de varios vigilantes para cuidar sus bienes y la vida de los que laboran en esas empresas? ¿Y cómo hacen las personas de alto riesgo, que ocupan seguridad personal, que no tienen a su disposición la protección oficial?

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