El bosque en llamas

El bosque en llamas


 Editorial Diario Tiempo
El pronóstico de una rigurosa sequía y la terrible amenaza del cambio climático no hacen mella en la contracultura incendiaria de nuestra población, que, como todos los años, se activa con furia al comienzo del estío.

Las informaciones del Instituto de Conservación Forestal (ICF) sobre los incendios de potreros y bosques son ahora más alarmantes. El número de quemas ha aumentado casi en 34% a principios de este año, en comparación con 2014, pasando de 200 a 335, 32 en bosques de pino.

En 2013 se incendiaron 60,000 hectáreas de bosque en todo el país, incluyendo parte del 1,5 millón de hectáreas de las áreas protegidas. Actualmente estas áreas protegidas suman 1,3 millones de hectáreas, o sea una disminución de 200,000 hectáreas en un año.

El costo de esa destrucción es inmenso, incalculable si, además de la pérdida económica, abarcamos los aspectos ecológicos y ambientales: desecamiento de las fuentes de agua, erosión y empobrecimiento de tierras laborales, desertificación, extinción de la fauna y la flora silvestre, polución y contaminación del aire respirable, y, en fin, cambios radicales y bruscos de la temperatura ambiente.

El ICF estima que la superficie actual de Honduras es 48% boscosa, con predominancia de especies latifoliadas, de hoja ancha, que son de maderas preciosas. Aproximadamente el 30% de nuestros bosques es de pino —pinus hondurensis— de excelente calidad, la mejor del mundo.

Esta es una riqueza natural de enorme valor, que, junto con el agua, constituyen la parte principal del patrimonio nacional. Un patrimonio que, como vemos, es irremisiblemente arrasado en diferentes formas, cuando debiera servir para el bien público y para erradicar la pobreza.

La destrucción de los bosques es, con seguridad, el peor atentado contra nuestro país y su gente. Adopta varias modalidades, desde la explotación irracional e ilegal, para amasar fortunas personales y para combustible (fogones y ecofogones), hasta la conflagración indiscriminada. Sucede lo mismo con el agua, casi totalmente privatizada.

La recuperación de los bosques de pino y de los de hoja ancha es sumamente complicada y requiere de mucha disciplina y técnicas especiales, todo ello encuadrado en una política de Estado debidamente diseñada y aplicada con celo y sostenibilidad. Eso no existe en Honduras, pese a que nuestro país es de vocación forestal. Para rehabilitar un bosque de pino en el privilegiado clima hondureño se necesitan 30 años y el rescate de un bosque de hoja ancha tarda 100 años, probablemente más, y nunca, quizás.

Esa es la situación del bosque en nuestra patria, la del agua, la de todos sus recursos naturales, que, por supuesto, son también objeto de la codicia inmisericorde de propios y extraños.

Nuestra gente rural no entiende de estas cosas, y esa es la tragedia de la ignorancia. Una ignorancia que, para desgracia, es pareja de arriba hacia abajo y en todo lo ancho de la realidad catracha.

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