Ni frío ni calor

Ni frío ni calor

Editorial Tiempo
El conato de alianza opositora al continuismo y al autoritarismo del régimen actual, encabezado por el ciudadano presidente Juan Orlando Hernández Alvarado, ha dado lugar a la simulada reacción de la cúpula gobiernista de que al Partido Nacional (PN), por ahora dueño del poder público, tal matrimonio político no le da “ni frío ni calor”.

Así se maneja la retórica desde el poder cuando la prepotencia impregna el seso elitista, aunque la realidad vaya por diferente camino, aun cuando lo que aparentemente no afecta la temperatura corporal sí produce, de hecho, trastornos intestinales.

Trastornos intestinales… por supuesto en el sentido de que en ningún partido político —democrático o no— mantiene en sus bases la unidad pétrea, la disciplina absoluta  en sus bases, ni en su dirigencia, y lo que importa, en la práctica, es el reconocimiento de la tendencia favorable o no a determinado objetivo.

En lo que respecta a ese proceso de entendimiento —por no decir de amalgama— liberal, de amplio espectro, entre el Partido Liberal (PL), el Partido Libertad y Refundación (LIBRE), el Partido Anticorrupción (PAC) y el Partido de  Innovación y Unidad (PINU), la repulsa ultraconservadora luce histérica, demencial, lo cual desmiente la pose aldeana de indiferencia “tranquila, calmada y serena”. No se trata, tampoco, de lo que llamaríamos flema inglesa.

Dentro de esa ingenua posición, han entrado en escena la mar de declaraciones y comentarios, absurdos unos, acomodaticios otros, y engañabobos los más, que especulan con la engañosa argumentación de construir la unidad de base en cada partido como condición previa a la oportuna búsqueda de una alianza estratégica entre partidos.

Los hechos demuestran, aquí y en el resto del mundo, que la unidad partidaria responde esencialmente a la calidad y necesidad de la propuesta u  objetivo, un fenómeno conocido sicológicamente como empatía, vale decir un sentimiento colectivo de participación afectiva o de capacidad cognitiva de percibir en un contexto común.

Pues bien, la dirigencia política —o el liderazgo político— tiene, en la lectura en ese fenómeno, la mejor herramienta de la unidad popular e institucional en sus diferentes momentos y dimensiones. Históricamente, en nuestro país las bases partidarias han ido siempre delante de la percepción y actuación de sus cúpulas, y, de nuevo, eso es lo que actualmente sucede en los partidos hondureños  ubicados en la oposición.

Es, asimismo, el desarrollo lógico de la democracia hondureña, que apunta a la incorporación participativa e inclusiva de las nuevas formas de organización social y de grupos de interés, que, quiérase o no, obligan a las maquinarias partidistas —en su rol de intermediación política— a congraciarse con la masa y a actuar en función del interés común y del bienestar general.

En esa perspectiva, la tendencia es muy clara y la dirección política no podría apartarse de esa ruta, so pena de traicionarse a sí misma.
 

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