Los Peligros

Los peligros


La cercanía de las fiestas navideñas y de fin de año han comenzado a crear un ambiente de alegría y de optimismo que opacan, no eliminan, las inquietudes del día a día propias de la supervivencia de la mayoría de las familias hondureñas. Las vacaciones en escuelas y colegios, así como el largo feriado de esta semana y el similar de la próxima marcan la feliz diferencia de otras temporadas. Si a ello añadimos la mayor disponibilidad de recursos tenemos los días más queridos del año.
Sin embargo, el peligro, mayor también, acecha en estas festividades, de manera que la celebración desaparece para dar paso al dolor, luto y muerte. No es alarmismo, sino un llamado a la prevención, a evitar los riesgos para que la “Feliz” Navidad y Año Nuevo, deseados, no quede en palabras, sino en compartir en las reuniones familiares y entre amigos.
No demos espacio a los lamentos por no haber prevenido alejando los riesgos a los que el alcohol expone o a los que la quema de pólvora precipita, nublando la reflexión y disminuyendo la capacidad de reacción. Por ello, tengamos la fiesta en paz y, al final, cuando los pesimistas comiencen hablar de la cuesta de enero, recordemos con nostalgia y satisfacción las alegres festividades de diciembre.
Pese a la campaña, año con año, sobre los peligros de la quema de pólvora y lo conveniente de abandonar la tradición para proteger la vida y la integridad física, particularmente de los menores, hay personas ingresadas en la unidad de quemados con lesiones, algunas de ellas calificadas de graves. Los padres de familia, cuya irresponsabilidad se evidencia en el descuido de los hijos, deben ser responsables del bienestar de los niños. La campaña con el lema “yo no quemo pólvora ¿y tú? va calando, pero es necesario un mayor esfuerzo para crear conciencia sobre el peligro.
Un riesgo en estos días mucho mayor es la mezcla de alcohol y velocidad, de embriaguez y uso de vehículo, pues quien maneja ha debilitado, quizás en muy alto grado, las facultades mentales para conducir y reaccionar apropiadamente para evitar daños a personas inocentes, a los individuos que lo acompañan y a él mismo. El ya gastado “si toma, no maneje”, debiera dar paso a la realidad con imágenes crudas y amarillistas que hagan pensar a los más duro de cerebro que deliran como si fuesen seres superiores e inmunes a los peligros.
La irracionalidad desbocada al terminar la “pachanga”, generalmente a altas horas de la noche o en la madrugada, abre el camino a la desgracia disfrazada en euforia ficticia, generada por el alcohol y las drogas. No es amarillismo es un simple llamado a la prevención para salvar vidas y que las fiestas sean de celebración, no de dolor y luto.

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