Genial iniciativa

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La decisión de las autoridades del Hospital Escuela Universitario (HEU) de pasarle la cuenta a los “bolos” que necesiten atención y tratamiento rompe, muy saludablemente, con el esquema tradicional de asistencialismo para favorecer a los irresponsables en perjuicio de enfermos, cuya atención es deficiente por el uso de recursos y espacios para emergencias causadas por el alcohol.
Ya es tiempo de que en los hospitales públicos haya diferencia entre quienes llegan en búsqueda de atención a sus enfermedades o por una causa fortuita atentoria contra la integridad corporal.
Ambos casos diametralmente diferentes a los calificados de accidente en los que, la mayoría de las veces, la víctima o las víctimas ni siquiera reciben la consideración en la resolución oficial que eso sí, obliga a la reparación del automotor.
¡Qué ironía! Mientras las personas pobres y necesitadas salen de los hospitales con las recetas, la espera para cirugía es cada vez mayor, la contratación de personal se dilata, pese al aumento de la población y la estructura física de los centros asistenciales se deteriora, las consecuencias de irresponsables pasan a prioridad.
La medida en el Escuela puede convertirse en un primer indicio de cambio para que cada quien se haga responsable de sus acciones, particularmente aquellas en las que el derecho a la vida y a la integridad física es vulnerado con absoluta impunidad, limitando las consecuencias a los daños físicos en máquinas o en inmuebles.
Sin embargo, una cosa son las medidas producto de las necesidades y de conversaciones y otras muy distinta la disponibilidad de herramientas o instrumentos para llevar a la práctica lo acordado.
“La emergencia (del HEU) carece de alcoholímetros para determinar el nivel de alcohol que traen las personas”, reconoce el personal hospitalario que busca cómo poder medir el nivel de intoxicación.
Según datos de administración, el 70% del presupuesto asignado a cirugía se invierte en atención para pacientes con trauma, quienes en la mayoría de los casos tienen su capacidad de reacción disminuidas por la ingesta alcohólica. Su atención, tal como lo exige la ética profesional de los galenos, resta disponibilidad y recursos para otros pacientes que llegaron al hospital con la salud alterada por causas naturales, no por abusar de la bebida.
Los peligros en esta temporada de fin de año son mayores. Se impone la prudencia y la moderación para proteger la propia vida, pero, sobre todo, el derecho a la vida de personas inocentes que en familia y con los amigos disfrutan de la celebración. Que los “bolos” carguen con sus gustos y no nos pasen el costo a todos.

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