Discreto intelecto
DISCRETO INTELECTO
8 diciembre, 2014 Sección Editorial La Tribuna
LA solución a este grave problema de la inseguridad que mantiene en zozobra a la población –según un ingenuo criterio que escuchamos– es “regresar a los tiempos de Carías”. Para que los presos salgan a las calles a hacer puentes y carreteras. Así de fácil, con solo regresar a los dorados tiempos de la dictadura. Si los reos peligrosos estando allí, encerrados en las cárceles, hacen desmanes y en el menor descuido se fugan, solo es de imaginarse lo que sucedería si, en fila india, sacaran a esos angelitos al aire libre, resguardados por unos cuantos custodios boquiabiertos, a empedrar calles y hacer obras públicas. Cómo no disfrutarían de ese paseo. Se van para sus casas –alegres y agradecidos con quien propuso semejante idea– con todo y los policías.
Por allá otro sugiere un desarme general. Esta iniciativa se repite. Cada vez que hay un escándalo delictivo que conmueve a la sociedad, la musa en el recinto Legislativo se alborota. Un desarme general. Suena tan fácil hacerlo como pronunciar las palabras. Para dejar indefensa a la población honesta. Como si los delincuentes anduvieran con armas registradas o las portaran accesibles para que la autoridad se las decomise. Para quitarle las armas a los facinerosos se ocupa capturarlos. Y allí es donde está lo complicado. En saber quiénes son y dónde se esconden. Si la autoridad supiera dónde hay malhechores con armas clandestinas escondidas, no habría necesidad siquiera de montar operativos policiales en las calles. Solo es de llegar al paradero e irlas a recoger. En esto de cómo atacar la delincuencia nadie quiere quedarse callado. Hubo quien propusiera cambiar una estrofa del himno nacional porque el poeta, al aludir los heroicos muertos que ofrendarían su vida en defender su patria, glorificaba la violencia.
Hay otro –con total desconocimiento de lo que es un proceso de investigación y deducción de responsabilidades en la instancia civil y administrativa– que quiere cambiar la ley del Tribunal Superior de Cuentas porque esos magistradosno meten presos a los imputados. (Hay que aclarar que eso, la persecución penal, es función de la Fiscalía y de los tribunales de justicia, por si al proponente de la ocurrencia se le escapó ese detalle). Cada vez que hay un problema a alguien se le antoja cambiar la ley. “Hocus pocus”. Con cambiar leyes desaparecen los problemas. Solo es de tachar, borrar, quitar y agregar pedazos a las leyes. Sin mucho análisis o conocimiento, más que el peregrino criterio de los expertos en poner parches, trastocan la legislación. Los resultados son esos enredos que ya nadie sabe que es prohibido o permitido. Tucos de leyes por un lado y remiendos por el otro. Contradicciones en los mismos artículos que reforman.
Si para legislar hay que estudiar. Hay que leer para aprender. La desgracia es que aquí la clase política no se prepara. El liderazgo político que debiese orientar a la nación, difícilmente hace eso, más bien la confunde. Con su liviano bagaje intelectual y conformismo con lo mediocre, le basta y sobra para brillar entre la ignorancia rasa. Si no lee –a veces ni los periódicos– menos para que agarre un libro o un texto especializado que ilumine su discreto intelecto. (Muchas gracias, responderán algunos, por el elogio). Muchos que dirigen la cosa pública no se actualizan. El mal es bastante generalizado. Abarca también una buena parte de la administración pública y de otras esferas gubernamentales. Ese afán de figuración, de decir cualquier cosa con tal de aparecer en los medios de comunicación, los induce al disparate.
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