Sinceridad y circulo vicioso

Sinceridad y círculo vicioso

Editorial diario Tiempo
El ciudadano presidente Hernández Alvarado ha estructurado su “diálogo nacional” en la misma forma de las experiencias anteriores, con un coordinador subordinado y mesas de trabajo –lo más amplias y adecuadas—para alargar el tiempo y para abundamiento de masaje mediático.

El resultado infaltable de esos montajes del pasado ha sido la disolución del supuesto original, de darle un apropiado rumbo al país, pero con el fin de  adormecer a la ciudadanía con el opio de la demagogia así aplicada en razón de Estado. 

Al final, las voluminosas conclusiones y recomendaciones del “diálogo” pasan a las gavetas del olvido, como alimento de polillas, pero adornadas con el discutible corolario del deber cumplido, en el consabido entorno del círculo vicioso.

No se necesita tener mirada de halcón para entender, desde lejos, de qué se trata en esta jugada oficial del “diálogo nacional” que, de primera mano, se apodó “diálogo social” para encapsularlo al margen de la acción política. La solicitud de facilitación internacional para barnizarlo de “legitimidad”, no puede, por su propia limitación, salirse del círculo vicioso.

Sucede, sin embargo, que en nuestra Honduras contemporánea se ha producido un despertar de conciencia nacional de largo alcance, incluso con sentimiento –si se permite la expresión—de perro apaleado. Ese despertar, que lo apreciamos volcánico en nuestra juventud, abarca todo el conglomerado hondureño ubicado en el suelo patrio y en el resto del mundo.

Es una actitud consciente resultante de la frustración acumulada desde el siglo pasado, pero que se evidenció –de manera dramática e inhumana—a partir de 1990 con la implantación del neoliberalismo en la administración Callejas Romero (N, 1990-1994) y su agudización en el régimen actual.

Así, Honduras sigue siendo el segundo país más pobre y desigual del continente americano, uno de los más violentos del mundo, y, para colmo, ahora desprovisto de institucionalidad y de vigencia constitucional. La “democracia” hondureña tornó a ser muy particular: no es republicana ni goza de seguridad jurídica. Es recurso de unos pocos privilegiados merced a la corrupción y la impunidad.

Esa situación la conoce todo el mundo y nadie con sentido honorable puede negarlo. La juventud hondureña que encabeza el Movimiento de Indignación ha llegado a ese estadio terminal de cuestionamiento y protesta porque no tiene futuro. Porque la han traicionado y le han robado su futuro. Porque la han dejado flotando en un mundo raro, carente de base institucional y de asidero constitucional. La nación hondureña está a la deriva, y encima le encasquetan otro diálogo de círculo vicioso.

A eso se debe el contagio emocional de la Indignación, que no debería ser objeto de maniobras de canalización –vía facilitación—al circo inveterado del “diálogo nacional”, en vez de atender con buena fe y energía el llamado de auxilio internacional para combatir la corrupción, destronar a los corruptos y dar una oportunidad real, efectiva, de construcción institucional y constitucional.

Esto es así porque la base de todo entendimiento, de la reconciliación, no puede ser otra que la credibilidad. La credibilidad únicamente es posible si hay sinceridad y calor humano. La solución es, por consiguiente, aquella que, por su valor plebiscitario, le devuelva la confianza a todos y cada uno de los hondureños.

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