Los que no leen y el chirivisco

LOS QUE NO LEEN Y EL CHIRIVISCO

27 octubre, 2014 Sección Editorial diario La Tribuna


arquero33ASI como el correr de los años ha depreciado otros valores –el empaque en que venían las respetadas figuras nacionales de antaño, líderes, maestros, catedráticos, políticos, artistas, religiosos, intelectuales, escritores, periodistas, ya no es el mismo– igual ha sucedido con la información. Si fuese cierto que la información es poder y que la calidad de información sea esencial en la toma de decisiones, con razón estamos como estamos. La información que recibe la colectividad es demasiado pobre. Habrá abundante, pero cae como insípida llovizna. Copiosas gotas de agua que apenas mojan. Servirá para la frivolidad, pero no para enfrentar los bestiales desafíos que se le presentan al país. Menos que sea útil para resolver los gigantescos problemas que nos afligen.
Da tristeza la orfandad de intelecto en el país. La escasa erudición. La cultura que se alcanza con vocación de conocer, de estudiar con disciplina, de explorar con entusiasmo y, sobre todo, del hábito por la lectura constante. Inconcebible la falta de curiosidad del liderazgo nacional de mantenerse medianamente informado. Los políticos –en su inmensa mayoría– no leen. Hasta lo muy corto, como este editorial, demanda demasiado esfuerzo. Menos mal. Sería raro que leyeran este, así que ninguno va a darse por aludido. Ojos que no ven corazón que no siente.  Quizás, a ratos, ojeen las páginas del rotativo –comenzando por el deporte– o sintonicen alguna radio o despierten a ver un foro de opinión. Pero todo es discernimiento superficial. Como lo que digieren es dosificado, hasta allí llega lo que saben. Es la sapiencia del chirivisco. ¿Cuántos de ellos actualizan lo que cursaron para hacerse profesionales? Ni con la ventaja que el Internet ahora ofrece referencias a conveniencia. Navegan el ciberespacio, pero como parte del ocio. No estudian, no investigan, no consultan; viven conformes con un bagaje provinciano y un flaco conocimiento. Piensan que con eso les basta y les sobra para brillar sobre la ignorancia rasa. Pese al lío insondable en que está el país, con su economía postrada, más el cúmulo de los otros problemas que afligen –cuando debiesen sentir una mediana inclinación de aprender algo, para poder orientar– aturde enterarse que el foro para los intercambios nacionales sea inexistente. Teatro insustancial y bacheo cosmético. No hay debate nacional, todo es un sordo y aburrido monólogo. Hasta en el ágora institucional donde tienen que ocurrir, no salen de discusiones pedestres. Como las evaluaciones son ligeras se cae en el enamoramiento de liderazgos políticos livianos.
La tecnología cambió la vida. La forma de interactuar y de comunicarse. Ojala hubiese sido para avanzar, para mejorar, pero desgraciadamente no todo ha sido así. De la sociedad tranquila escribiéndose por cartas y telegramas, en un suspiro pasamos a las veloces transmisiones instantáneas. A los adictos de los apartados móviles y de las redes sociales. Interconectados con el mundo, pero ¿conocerán quien sea su vecino? Desapareció la relación próxima de vecindad de la ciudad chiquita, del pueblo afable. Conversan, a la vertiginosa velocidad de la luz, pero ya nadie se conoce. Los jóvenes se ríen de los adultos cuando con nostalgia les platican de como eran las cosas antes. Esas son cosas viejas del pasado –responden– que nada tienen que ver ahora. Aunque debería extrañar que antes había tiempo y espacio para la formación del individuo. Para cultivar lo que parecía valioso. Que nada tiene que ver con la inteligencia, porque esta generación despierta de ahora, cuando no corre, vuela. Quizás haya sido que el disfrute de los buenos libros, de las revistas literarias o especializadas, de la información y de las columnas de opinión en los periódicos, haya sido cuando las formas de diversión eran otras y los lugares de entretenimiento eran escasos. Aunque la tecnología facilita que el conocimiento se transmita, en formas novedosas para asimilar. La información está al alcance de la mano. Rápida, suficiente e inmediata. La vaina es que, por alguna razón, pareciera haber –y esa no pasa de ser una generalidad– un conformismo con la mediocridad, en detrimento del cultivo personal y de la excelencia. Hagan un sondeo de cuántos, en la dirigencia nacional –en el gobierno, en el gabinete y en otros sectores públicos y privados– lee algo de ver.

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